El final del régimen franquista
A partir de 1973, con la muerte del almirante Carrero Blanco, presidente del gobierno, los españoles fueron conscientes de que el final del franquismo estaba próximo. Los grupos de la oposición política establecieron alianzas para fortalecerse ante los cambios que se avecinaban. Fueron pioneros los catalanes con la Asamblea de Catalunya, que se fundó en noviembre de 1971, aunque las principales instancias unitarias fueron la Junta Democrática, que se presentó públicamente en julio de 1974 y la Plataforma de Convergencia Democrática, que se constituyó en junio de 1975. La izquierda comunista y los anarquistas quedaban fuera de estas alianzas.
Pero la muerte de Carrero Blanco también convenció a sectores del franquismo, cada vez más numerosos, de la necesidad de prepararse para un futuro que se anunciaba inminente. Así llegó a la presidencia del gobierno el 31 de diciembre de 1973 Carlos Arias Navarro, un franquista puro y duro, hasta entonces ministro de gobernación, y que durante la guerra civil había ejercido como fiscal militar. Sin embargo, llegado a la jefatura del Consejo de Ministros, se mostró como un aperturista en un discurso pronunciado en las Cortes el 12 de febrero de 1974, en el que proponía la aprobación de una Ley de Asociaciones que pretendía facilitar la vertebración política de las familias del régimen ante los nuevos retos políticos. La Ley de Asociaciones había nacido muerta, pues solo se permitieron aquellas que aceptaban las Leyes Fundamentales del régimen; entre las pocas que se legalizaron estaban la Unión del Pueblo Español de Adolfo Suarez y la Unión Democrática Española de Federico Silva Muñon.
Atentado contra el almirante Luis Carrero Blanco. 20 de Diciembre de 1973.
>ETA asesinaba el presidente del gobierno tras hacer estallar más de cien kilos de goma-2 bajo su coche.
También los anarcosindicalistas estaban convencidos de que se abrían perspectivas para la actividad sindical de los trabajadores, que estaban desbordando a la CNS (Central Nacional Sindicalista). Había llegado el momento de reconstruir la CNT.
Es importante resaltar el carácter extremadamente heterogeneo de los grupos que se iban incorporando a la reconstrucción de la Confederación. Por un lado, estaban los grupos de afinidad anarcosindicalista que habían resistido la larga noche franquista; militantes veteranos a los que era fácil sumar a la reorganización sindical. En muchas localidades, a lo largo y ancho de la península, fueron estos núcleos de antiguos militantes los que levantaron la enseña de la CNT y sirvieron de banderín de enganche para las generaciones más jóvenes.
Pero también se sumaron a esta iniciativa anarcosindicalista grupos, más o menos numerosos y más o menos organizados, que se habían desarrollado al margen de la tradición cenetista; durante casi dos décadas, sólo aquellos jóvenes que tenían lazos familiares con la clandestinidad anarcosindicalista pudieron adherirse a los grupos de afinidad de CNT; para los demás, era más fácil formar pequeñas agrupaciones, en la mayoría de las ocasiones de ámbito local, que mantenían con el anarcosindicalismo histórico una vinculación que tenía más de sentimental que de reflexiva. De hecho, algunos grupos tenían orígenes muy ajenos al movimieto libertario y habían evolucionado, unos más que otros, hasta el anarquismo gracias a la actualidad de las ideas autgestionarias y a las lecturas de los primeros libros de historia social que por entonces empezaban a publicarse.
De entre todos ellos, merece la pena destacar al grupo Solidaridad, con militantes tan destacados como Félix Carrasquery y Carlos Ramos, las asturianas Comunas Revolucionarias de Acción Socialista (CRAS) animadas por José Luis García Rúa, los Grupos Autónomos de Madrid, los Grupos Obreros Autónomos (GOA), los colectivos aglutinados alrededor de la editorial ZYX (de influencia católica), el Movimiento Comunista Libertario (MCL), etc.
Paralelamente, en la sociedad española, y más especialmente entre la clase trabajadora, crecía la contestación a la dictadura; muy pronto se puso de evidencia que la represión, por dura que fuese, ya no era capaz de atemorizar al antifranquismo militante. Los conciertos de los cantautores, las presentaciones de libros, el estreno de películas o cualquier acto social o cultural eran aprovechados para forzar un poco más la libertad individual y colectiva.
Primeras tomas de contacto con la democracia.
La clase trabajadora se convirtió en el principal elemento dinamamizador de la oposición antifranquista, no sólo por las fuertes luchas que se estaban llevando adelante, sino también por la amplia solidaridad que despertaban los conflictos laborales, que movilizaban a personas e instituciones que normalmente no estaban implicadas en la lucha contra la dictadura. Incluso en la universidad, los estudiantes radicalizados se identificaban con el proletarido y militaban en organizaciones que se decían de trabajadores aunque, en la mayoría de los casos, apenas contaban con algún obrero entre sus filas.
Por lo tanto, no es de extrañar que la reconstrucción de la CNT fuese la aspiración común de todos aquellos españoles que se identificaban, en mayor o menor medida, con el movimiento libertario y con el anarcosindicalismo. Todos los intentos de dar vida a organizaciones de orientación ácrata ajenas a la CNT fracasaron, antes o después, incluso los Ateneos Libertarios de ámbito local o las distintas organizaciones específicas del anarquismo siempre tenían al anarcosindicalismo cenetista como referencia obligada. A partir de 1975, la CNT recogió a todos los grupos, tendencias y sensibilidades del movimiento libertario, aun cuando muchos no eran anarcosindicalistas y muchos de sus militantes no eran trabajadores.
Como signo de las profundas mutaciones que el tiempo había introducido en el anarcosindicalismo, el eje de la reorganización pasaba por Madrid, ya no estaba en Barcelona. Los numerosos intentos por reorganizar la anarcosindical terminaron por cuajar, siendo los grupos de afinidad madrileños, y en especial el Grupo Anselmo Lorenzo, en el que militaba Juan Gómez Casas, los que sentaron las bases de la refundación de la CNT desde octubre de 1975. En diciembre del mismo año se celebró en Madrid una gran asamblea de más de doscientos militantes seguida de la reestructuración del Comité Regional de Centro de la CNT. Este proceso se repitió en Cataluña y en la magna asamblea del 29 de marzo de de 1976 en Barcelona se designó un Comité Regional. Estos hechos se generalizaron y fueron apareciendo federaciones locales y comités de regionales de la CNT en toda la geografía hispánica.
Unas semanas antes, el 20 de noviembre de 1975, había muerto Franco y a los dos días, siguiendo las disposiciones del dictador, fue proclamado rey Juan Carlos I de Borbón, inaugurándose así un periodo que posteriormente sería conocido como la transición española. Frente a las ansias de renovación de la inmensa mayoría del pueblo español y los anhelos de revolución de amplios sectores de la oposición, el monarca confirmó a Carlos Arias Navarro como jefe del gobierno, para satisfacción de los que pensaban que con algunos reajustes, más en la forma que en el fondo, aún era posible un franquismo sin Franco. De cualquier modo, la muerte del dictador abrió definitivamente las puertas de la legalización a la CNT -lo que motivó aún más su relanzamiento-, aunque aún habría que esperar un tiempo más largo del previsto.
La consolidación de la anarcosindical y el camino a su legalización
El 25 de enero de 1976 se celebró en Valencia el primer Pleno Nacional, convocado con cierto apresuramiento, pero que ya levantó acta de la incipiente reconstrucción de la CNT. El 25 de julio del mismo año se celebró un segundo pleno, ahora en Madrid, donde acabó eligiendose a la Regional de Centro para que designara a un Secretario Permanente del Comité Nacional. Se eligió Madrid como sede para este organismo, el cual fue designado el 14 de septiembre de 1976 en una asamblea de militantes y ratificado por el pleno nacional del 27 de septiembre. Quedó pues designado el primer comité nacional de este periodo de relanzamiento confederal compuesto por: Juan Gómez Casas (Sindicato de Artes Gráficas), Pedro Barrio y José Bondía (Metal), Ángel Regalado (Construcción) y José María Elizalde (Enseñanza).
1º de Mayo de 1976. Manifestación en Madrid.
En estos años, la CNT se enfrentó a un nuevo reto para el que por entonces no tenía respuesta: la aparición de la juventud estudiantil como sujeto político. Hasta hace pocos años atrás, los jóvenes españoles comenzaban a trabajar a edades muy tempranas y, por lo tanto, comenzaban a militar en los sindicatos desde la adolescencia, en igualdad de condiciones con los afiliados más veteranos. Los pocos jóvenes que seguían en las aulas mas allá de los catorce años pertenecían a las clases más acomodadas y, por eso mismo, en general no sentían simpatías por el anarcosindicalismo.
Sin embargo, la masa estudiantil no encontró fácil acomodo en las filas de los sindicatos confederales, incluso en las secciones y sindicatos de enseñanza se producían fricciones entre los asalariados, que tenían intereses laborales y defendían posiciones prioritariamente sindicalistas, y los estudiantes, que se orientaban hacia una actividad más ideológica a falta de otras tareas más profesionales.
De cualquier manera, a partir de este momento la CNT estaba de nuevo en marcha y conectó con las luchas reivindicativas que libraban los trabajadores en todos los ramos de industria.
Desde el punto de vista de las publicaciones y siguiendo también una tradición histórica, la CNT publicaba más periódicos y boletines que el resto de todas las organizaciones sindicales existentes. Entre las más destacadas se encontraban: en Madrid, CNT y Castilla Libre, órganos de expresión de la Confederación Nacional del Trabajo y de la Regional Centro, respectivamente; en Cataluña, Solidaridad Obrera; en el País Valenciano, Fragua Social; en Andalucía, Andalucía Libertaria.
Un problema importante fue la toma de posición de la CNT en relación con los compañeros organizados en el exilio. El pleno de spetiembre de 1976 reconoció por igual al Secretariado Intercontinental y a la Comisión Relacionadora del Movimiento Libertario Español, los dos sectores establecidos en Francia, separados por diferencias tenaces, aunque no esenciales y con los que la CNT de España había mantenido una actitud cordial y comprensiva de sus problemas. En este orden de cosas la organización ratificó su afiliación a la AIT.
El relanzamiento y consolidación de la CNT en España obró como enérgico revulsivo en todos los medios internacionales próximos a la organización, y una vez más ésta volvía a ser tema de estudio y de reflexión y poderoso estímulo para los anarcosindicalistas, sindicalistas revolucionarios, anarquistas y libertarios de todo el mundo.
Aún así, durante el largo año de 1976 se tuvieron que afrontar muchas dificultades. En primer lugar, hubo que vencer la resistencia de aquellos trabajadores que no querían reconstruir la CNT, pues alegaban que suponía romper la unidad sindical que se había conseguido durante el franquismo. Hay que reconocer que, en esos momentos, las Comisiones Obreras, estaban sufriendo un fuerte debate interno entre aquellos que pretendían mantener su carácter abierto y asambleario, propio de sus orígenes clandestinos, y quienes querían convertirlas en una Confederación Sindical tradicional pero que, en cualquier caso, parecía llamada a tener un carácter unitario por su hegemonía en la lucha sindical durante los últimos años de la dictadura. Se criticaba que la reconstrucción de la CNT parecía romper esa unidad de clase, más aparente que real, que se había conseguido en las últimas décadas; primero en la CNS, forzosamente, y luego en la CC.OO. voluntariamente.
Eduardo Guzman (a la izquierda del todo), junto a José Peirats, a su regreso del exilio.
A su lado Juan Gómez Casas (el segundo por la derecha). 16 de agosto de 1976.
Como ya hemos dicho, la CNT apareció como centro de aglutanamiento de las corrientes libertarias que se daban en el páis, si bien tenía aún que concretar de modo claro sus relaciones con ellas, al objeto de que se pudiera llegar definitivamente a la definición y creación de un verdadero movimiento libertario globalizador de una proyección general y armoniosa de cuantos se sentían y actuaban como libertarios.
Además, había sectores próximos al movimiento libertario que estaban influidos por las teorías consejistas, una línea ideológica marxista desarrollada por el comunista holandés Antón Pannekoek, y por las corrientes autónomas, que tenían gran presencia en Cataluña y Euskadi, que consideraban que la clase trabajadora debía organizarse al margen de partidos y sindicatos estables, mediante Consejos Obreros o asambleas de fábrica. Las tesis consejistas fueron defendidas por la Organización Izquierda Comunista (OIC), hasta su unificación en 1979 con el MC, y tuvieron menos influencia sobre el movimiento libertario. Pero los grupos autónomos siguieron durante muchos años en los aledaños de la CNT, aunque se agruparon sindicalmente en los Colectivos Autónomos de Trabajadores (CAT), que tuvieron una presencia significativa entre los trabajadores de los astilleros gaditanos o de la administración pública catalana. También hubo entre los militantes autónomos una tendencia partidaria del uso de la violencia política, cuya máxima expresión fueron los Comandos Autónomos Anticapitalistas (CAA) de Euskadi.
Otra cuestión que se le planteó a la CNT fue la nueva conciencia nacionalista que durante el franquismo se había fortalecido o en algunos territorios habían nacido fruto de la represión cultural de la dictadura. La tradición federalista del anarquismo hispano, las estrechas relaciones que la CNT había mantenido con los republicanos federales y con la izquierda nacionalsita catalana, habían mantenido al anarcosindicalismo a salvo de desgarros que otros sectores sociales habían sufrido por el enfrentamiento entre el nacionalismo español y los nacionalismos periféricos. Pero en la transición apareció, sobre todo en Euskadi, Cataluña y Galicia una corriente anarconacionalista que llegó a a proponer que hubiese organizaciones sindicales diferentes para algunos territorios del estado, e incluso que fuesen reconocidas como secciones de la AIT.
Al mismo tiempo, las luchas entre el pueblo español y los herederos del franquismo continuaban dándose. Los franquistas, que se resistían al poder, no permanecían impasibles ante la agitación popular. La acción terrorista de grupúsculos fascistas y la brutalidad policial alcanzaron especial intensidad en la matanza de obreros de Vitoria y en los sucesos de Montejurra. Pero al comenzar el verano de 1976, había quedado claro que el proyecto de perpetuar al franquismo sin Franco había fracasado, superado por la lucha del pueblo español, la ascensión del movimiento obrero y por la vertiginosa sucesión de cambios sociales y políticos.
El 3 de julio e 1976 el rey mandó formar gobierno a Adolfo Suárez, en sistitución de Carlos Arias Navarro. La oposición parlamentaria antifranquista había ganado su primera partida. Suarez sabía que el franquismo estaba muerto y que no quedaba más remedio que establecer una democracia homologable con las europeas. Para conseguirlo, cerrando el paso a cambios más profundos, elaboró un proyecto de ley de Reforma Poítica que, sin romper la legalidad franquista, permitía llegar a la democracia, y que fue aprobada en referendum el 15 de noviembre de 1976.
Palacio Municipal de París. 17 de abril de 1977.
CNT organizó un mitin para debatir la legalización de la anarcosindical en el estado español.
Federica Montseny, Juan Gómez Casas o José Luis García Rua fueron algunos de los oradores.
Fue entonces cuando ya quedó claro para la oposición moderada que tenía que pactar con los sectores reformistas del Franquismo. La burguesía nacionalista catalana y vasca, las débiles corrientes liberal y socialdemócrata y los partidos socialistas comenzaron a negociar. El Partido Comunista Español (PCE), partido heredero del stalinismo del que era secretario general -desde hacía ya 22 años- Santiago Carrillo, se mantuvo en contra pero la respuesta del régimen con los asesinatos de Artuo Ruiz y Mari Luz Nájera en la calle y de los cinco abogados de Atocha, convenció a los eurocomunistas de que había llegado la hora de pactar.
El 9 de abril de 1977 el gobierno legalizó al PCE y la izquierda revolucionaria y los grupos que cuestionaban al rey, se quedaron solos defendiendo la ruptura.
Un hito importante en la vida de la Confederación Nacional del Trabajo fue la legalización de la misma el 6 mayo de 1977, hecho que contribuyó a su desarollo. La CNT, última organización sindical en ser legalizada, confirmó en esta etapa sus clasicismo revolucionario: rechazaba los contactos o componendas con el estado o con el empresario en al cúspide. Durante estos meses se declinó una invitación para dialogar con el ministro de Relaciones Sindicales y otra para participar en la OIT (Organización Internacional del Trabajo) por su carácter intergubernamental y antiobrero a todas luces.
6 de mayo de 1977. Legalización de la CNT. A la derecha: Gómez Casas.
El 15 de junio se celebraron las primeras elecciones democráticas desde 1936. Todo a pesar de que ni todos los presos políticos estaban en la calle, ni todas las organizaciones políticas eran legales. Como se había previsto venció la Unión de Centro Democrático (UCD), una amalgama de franquistas reformistas y de liberales, democratacristianos y socialdemócratas, con un programa de cambio tranquilo, sin sobresaltos.
Por esta época la CNT sostuvo una gran campaña contra el sindicalismo vertical y por el abstencionismo en las elecciones generales para el parlamento democrático. A la vez se pronunció contra las elecciones sindicales de este periodo en el pleno de regionales de septiembre de 1977, acuerdo que mantendría con energía hasta el día de hoy, afirmando que aquellas significaban «una reproducción democrática de los esquemas del sindicalismo franquista».
El fracaso de la ruptura con el franquismo y la domesticación de los sindicatos
Estos acontecimientos políticos tuvieron su reflejo en el mundo laboral. Los partidos que habían aceptado la vía reformista propuesta por los sectores aperturistas del franquismo necesitaban desarmar a la clase obrera, por lo que tomaron al asalto el sistema defensivo de los trabajadores: los sindicatos. Y ninguno tan dócil como la UGT, el «sindicato hermano» del PSOE que, durante el franquismo había terminado por confundirse con el propio partido.
El importante papel negociador que jugaba el PSOE, avalado por la Internacional Socialista, y su tradicional moderación, permitieron a la UGT disfrutar de la abierta colaboración de las más altas instituciones del estado. La UGT había comenzado un acelerado proceso de reconstrucción en el que tuvo mucho que ver la memoria histórica de los trabajadores, pero que se pudo desarrollar lejos de los peligros de la clandestinidad y financiado por las organizaciones socialistas del exterior.
Más dura fue la batalla para domesticar a CC.OO. Aunque ya habían estallado algunas crisis y desencuentros entre los militantes eurocomunistas y los sectores más radicalizados de la clase obrera, en 1975 aun era un amplio y plural movimiento social. Pero finalmente CC.OO. se fragmentó en tres sectores: el mayoritario, fiel a los planteamientos eurocomunistas del PCE; el unitario, formado por militantes del PSP, MC, LCR y Partido Carlista; y el minoritario, que seguía las consignas del PTE (Partido del Trabajo de España) y la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores). Ante el crecimiento de UGT y CNT, se propuso la conversión en el plazo más corto posible de las CC.OO. en una Confederación Sinical clásica, lo que era criticado por el resto de tendencias, que alegaban que el PCE sólo quería aprovechar su liderazgo para crear una correa de transmisión que embridase a los trabajadores.
La USO (Unión Sindical Obrera) -fundada en los años 1950 en los núcleos obreros cristianos- que hacía bandera de la autonomía sindical, se vinculó muy estrechamente con sectores socialistas disidentes del PSOE que acabaron confluyendo en la Federación de Partidos Socialistas (FPS). Pero los resultados insatisfactorios de las candiaturas socialistas extramuros del PSOE, provocaron el ingreso de FPS en el PSOE de Felipe González. No tenía raón de ser que hubiese dos sindicatos socialistas cuando ya no había dos partidos socialistas, asi que un número significativo de afiliados de la USO encabezados por su secretario general José María Zufiaur ingresaron en la UGT en diciembre de 1977.
Presentación de la anarcosindical en León.
Poco a poco se conseguía adaptar el abanico sindical al parlamentario. La pérdida de su carácter socialista, llevó a Manuel Zaguirre y al sector de la USO que se resistó a la unificación con la UGT a acentuar la autogestión como seña de identidad de su sindicato. La nueva USO insitía en presentarse como una CNT razonable, como la CNT de siempre adaptada a los nuevos tiempos y a las nuevas realidades, frente a un anarcosindcialismo radical y caduco -un discurso cíclico ya en la historia del movimiento obrero de este pais-. Posteriormente, las dificultades para sostener en pie el sindicato persuadirían a Manuel Zaguirre de la imperiosa necesidad de convertirse en sindicato representativo, es decir, obtener al menos un diez por ciento de delegados en las elecciones sindicales de 1980. Por lo que, convencidos de que el fin justifica los medios, la central sindical entró en contacto con la UCD y vendió su alma al diablo por un puñado de delegados.
Entre 1976 y 1979 la clase trabajadora perdió su unidad y combatividad y quedó encuadrada en centrales sindicales disciplinadas que actuaban como correas de transmisión de los partidos que habían asumdo la reforma política de los franquistas más aperturistas, renunciando a la ruptura con la dictadura y sus instituciones; el PSOE tenía a su lado al a UGT, el PCE a CCOO, el PNV a ELA y la UCD gaba espacio poco a poco en la USO.
El modelo sindical reproducía fielmente el arco político constitucional y certificaba la derrota de la clase trabajadora y el fracaso de las tesis rupturistas con el franquismo.
Las perspectivas de una ruptura con el Franquismo, y aún más las posibilidades de dar una salida revolucionaria a la dictadura, se fueron diluyendo día a día. Creció así la sensación de traición y derrota entre los militantes más combativos de la clase trabajadora, sobre todo entre los afiliados a los partidos comunistas que, iritados y decepcionados, recalaron en los sindicatos de la CNT, que mantenia un discurso radical y antipolítico en el que ellos se reconocían. En muy pocos meses, los sindicatos cenetistas crecieron en número y afiliación pero, a cambio, se vieron reforzados por afiliados ajenos al anarcosindicalismo. Podría decirse que el desencanto (más bien el desengaño) hizo crecer a la CNT.
En cualquier caso, desde 1977 la CNT ya era un sindicato plenamente consolidado. Se pudo comprobar cuando el 27 de marzo del mismo año el gobierno autorizó un mitin a una CNT todavía ilegal en la plaza de toros de San Sebastián de los Reyes, una localidad del extrarradio madrileño.
Mitin de la CNT en la plaza de toros de San Sebastián de los Reyes (Madrid).
Era la primera concentración al aire libre que se consentía a la oposición y el gobierno esperaba que un sonado fracaso de una organización que consideraban prácticamente extinguida debilitase a toda la oposición antifranquista. Pero, para sorpresa de todos, más de treinta mil personas abarrotaron la Plaza y sus alrededores; anarcosindicalistas llegados desde todo el país mostraron la fuerza latente de la CNT, que ese día se puso de manifiesto.
El mitin en el Parque de Montjuich de Barcelona del 12 de julio de ese año, al que acudieron más de doscientas mil personas, ratificó el incuestionable peso específico del anarcosindicalismo. Ambos actos, miltitudinarios y fervorosos, confirmaban el dinamismo y la capacidad de movilización de la CNT y la existencia de un sentimiento libertario visceral en extensos sectores de la población española.
El 22 de julio de ese mismo año dieron comienzo las Jornadas Libertarias Internacionales organizadas por CNT en el Parque Güell de Barcelona. Durante una semana pasaron más de 600.000 personas y las jornadas fueron situadas por algunos especialistas en el segundo lugar del ranking mundial de actos populares de programación espontánea.
Todo parecía apuntar a un gran renacimiento de la CNT, no sólo como organización sindical, también como aglutinante de un importante movimiento libertario que conectaba con un amplio movimiento social contestatario. La CNT parecía revivir pasando factura a casi cuarenta años de dictadura y de falta de libertades, encabezando los anhelos, las ansias de libertad y los deseos de cambios radicales y en profundidad de amplios sectores de la población española.
Mitin de Montjuich el 12 de julio de 1977. Federica Montseny al microfóno.
Superado el miedo del fracaso, la CNT tuvo que afrontar la posibilidad de morir de éxito. El extraordinario crecimiento del anarcosindicalismo solo fue posible por la llegada a los sindicatos de afiliados de muy distinto origen e ideología, una mezcla heterogenea, como ya analizamos, que hizo posible la reconstrucción y que ganó en diversidad con el desencanto de los años 1977 y 1978. No era nada original, también el SPOE y la UGT habían vivido una experiencia semejante; la diferencia estaba en el autoritarismo con que los socialistas afrontaron la situación a partir de 1977, con la expulsión de los disidentes, la depuración de infiltraciones trotskistas y la consolidación de un discurso ideológico común.
Pero la orientación libertaria de la CNT y su orgánica de raiz ácrata no hacían posible (ni deseable) una solución autoritaria. Por eso mismo, durante esos años convivieron en la CNT ideologías y vocaciones muy diferentes y hasta contrapuestas. La única solución posible hubiese sido la diversificación del movimiento libertario, tal y como había sucedido antes de la guerra civil, pero el excepcional prestigio de la CNT y la mitificación del obrerismo jugaron en contra de este desgarro. Aunque se reconstruyeron la Federación Anarquista Ibérica (FAI), la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (FIJL), los grupos de Mujeres Libres (MMLL) y se fundaron innumerables Ateneos Libertarios, nunca terminaron de romper su cordón umbilical con la CNT, de la que dependían aunque sólo fuese como su contraimagen.
La diversidad de orígenes y de intereses dificultó la clarificación ideológica, imprescindible en una organización que había perdido parte de sus raices tras cuarenta años de clandestinidad. La confusión de la idea anarcosindicalista fue fatal para la CNT. Así, por ejemplo, la legítima crítica anarquista al sistema judicial vigente y la aspiración a destruir un régimen carcelario inicuo y degradante, se confundió con la defnesa de todos y cada uno de los presos, convertidos en una clase revolucionaria. Desde la CNT se apoyó y suplantó a la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL), y la solidaridad con los presos comunes y sus justas reivindicaciones se confundió con la cooperación con sectores marginados que no tenían aspiraciones revolucionarias y que eran un vehículo fácil para la infiltración policial. Como consecuencia, muchos trabajadores identificaban a la CNT con la defensa de reivindicaciones marginales alejadas de las reivindicaciones obreras.
La misma confusión se repitió con la actitud de muchos cenetistas, sobre todo jóvenes, ante las drogas. El rechazo de toda prohibición y la crítica a la moral impuesta, siempre en defensa de la libertad individual, trajo como consecuencia la lucha por la legalización de las drogas ilegales y, en demasiadas ocasiones, la banalización de su consumo. La heroína llevó a un callejo sin salida a muchos militantes anarquistas y arruinó la combatividad de toda una generación.
Sin embargo, a pesar de la confusión en la teroía y de sus errores en la práctica, CNT se convirtió en una poderosa herramienta sindical, con un indudable protagonismo en algunas de las luchas obreras más significativas de aquellos años. Una nutrida afiliación, en torno a los 200.000 adherentes, ratificaba la vigencia del anarcosindicalismo.
Eran años de fuerte conflictividad social, cuando la inflación disparaba los precios, el paro crecía día a día y las puertas de la emigración hacia Europa del norte se habían cerrado.
Pero en España, los problemas políticos eran de tal calado que las cuestiones económicas pasaron a un segundo plano hasta que, con la Transición debidamente encauzada, los partidos políticos que habían aceptado la reforma democrática firmaron el 25 de octubre de 1977 unos acuerdos que establecían un consenso básco que permitía sosegar el debate político y «solucionar» la crisis económica: los Pactos de la Moncloa.