La construcción social del género puede presentarse de múltiples formas. Una de ellas son los roles de género, impuestos según la apariencia externa de los genitales -que no sexo, que también es construido- y de forma binarista: masculino y femenino. De este modo, los roles de género conllevan una serie de mandatos sociales impuestos para todas las personas, pero distintos según el género asignado, que la sociedad espera que se cumplan. Estos roles o papeles se expresan en todos los ámbitos de lo público y lo privado: los afectos, el lenguaje, las formas de relación, estatus de poder, la política y -entre otros muchos más- lo laboral.
El doble fenómeno «patriarcado + género» es el responsable de que este cartel sea necesario en el siglo XXI. El patriarcado, que afirma la debilidad y vulnerabilidad de las mujeres y la necesidad de su sumisión para ser cuidadas por los hombres, se une al género, que divide nuestro papeles y expectativas sociales, para afirmar que hay trabajos «de hombres» y de «mujeres». Y así, en el ideario colectivo nos encontramos con creencias sociales que asocian trabajos que requieren fuerza, esfuerzo físico e inteligencia científica principalmente a «lo masculino» y trabajos basados en los cuidados a «lo femenino».
Romper esos roles de género supone plantearnos qué pasa con las leídas como mujeres en espacios laborales asumidos como «masculinos» y qué pasa con los socializados como hombres en los «cuidados». Por qué en las carreras universitarias relacionadas con ciencias o ingenierías la inmensa mayoría de estudiantes son hombres y en las relacionadas con los cuidados como magisterio o enfermería la mayoría son mujeres. Qué pasa con las dificultades que atraviesa una mujer para recibir reconocimiento o respeto que merece en el mundo laboral asumido como masculino, por no comentar la grave brecha salarial entre ambos géneros que existe actualmente.
O, aun más, por qué la gran mayoría de trabajos de cuidados, remunerados o no, legales o sumergidos -tales como cuidar de la infancia, de las personas mayores, tanto en casa como fuera de ella- siguen corriendo a cargo de las mujeres. Trabajos que son eso: trabajo, pero que, sin embargo, no son vistos como tal, porque se asume que somos nosotras las encargadas de hacerlos: porque ése es el papel asignado al rol de género «femenino». Esto, además, es el causante de la doble jornada: mujeres asalariadas que trabajan fuera de casa y oprimidas porque también trabajan dentro sin ser recompensadas.
Como anarcosindicalistas, resultaría una terrible -y machista- contradicción luchar por los derechos y la emancipación de la clase trabajadora sin romper los roles de género, sin cuestionar el peso de cuidados sobre las mujeres y revisarse para promover su liberación de tal carga.
Mujeres y trabajadoras: doble opresión, doble lucha.
¡Rompamos el género! ¡Reconocimiento laboral para las mujeres ya!
Federación Local de Valencia
Confederación Nacional del Trabajo (CNT)