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Los tiempos cambian, la explotación permanece
La celebración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora es utilizado, como cada año, para situarnos frente a la desigualdad económica, social y cultural que sufren las mujeres en todo el mundo respecto a los varones en el disfrute de los derechos y libertades. Una desigualdad que llega a ser dramática según la zona geográfica y la clase social en que nos fijemos, pero que es más un síntoma que un diagnóstico de la situación de las mujeres.
Las instituciones y una gran parte de colectivos de mujeres han convertido el 8 de marzo en un espacio en el que exponer la comparativa entre hombres y mujeres de cada Estado o región, dejando fuera de contexto aquellas reivindicaciones que trascienden ese marco. Es decir, se limita el horizonte en el cual las mujeres `pueden´ expresarse y se reduce a lo políticamente correcto, que no es otra cosa que pedir la igualdad con los hombres. Así se elimina del discurso que el origen de la explotación de la mujer está -sobre todo- en la base del sistema económico, entrando a discutirse sólo las “diferencias” entre sexos, diferencias que, por otra parte, deberían avergonzar a las sociedades del siglo XXI. Así, parece que solo es posible pedir los salarios, el acceso a la salud, a la educación o a las posibilidades que disfrutan los hombres. De esta manera se evita cuestionar al sistema por la explotación a que somete tanto a hombres como a mujeres, aludiendo tan sólo al diferencial de sometimiento añadido que éstas sufren. Pero es imposible entender cualquier lucha de liberación si ésta se reduce a pedir que se equiparen la esclava y el esclavo.
En la breve nota que aparece en la web de la ONU, bajo el lema “habilitar a la mujer campesina – acabar con el hambre y la pobreza”, su Secretario General afirma que es necesario brindarles a las mujeres “acceso en pie de igualdad a los recursos”, “proporcionándoles una función que desempeñar en la adopción de decisiones“. Se silencia de esta forma, de qué acceso a los recursos se está hablando o qué función es la que desempeñan los pueblos en la toma de decisiones. Basta con acudir a la “igualdad” para salvar el discurso y cubrir cualquier objeción, al tiempo que se descarga de responsabilidad a los que realmente se aprovechan de los recursos y toman las decisiones en el mundo. La nota de la ONU, en consonancia con ese espíritu considera que mejorar la situación de la mujer es un medio para contribuir a reducir la pobreza, más que una cuestión de justicia y un fin en sí mismo.
Pero, ¿sirve de algo pedir igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres cuando las oportunidades son sólo para las castas privilegiadas, sean hombres o mujeres? ¿Es suficiente pedir el mismo trato ante la ley cuando la legislación es injusta tanto para unas como para otros?
Cada día que pasa es más evidente que las diferentes luchas están llamadas a converger en una sola, en un combate de los pueblos contra el sistema político y económico del capitalismo; una lucha precisamente, contra esos marcos en los que se pretende constreñir la realidad, en los que sólo se permite pedir “lo posible”, máxime cuando ese posible se nos reduce más y más. El sistema se cuida muy mucho de mantener aisladas las distintas reivindicaciones que tienen calado en la sociedad. Fascismo, racismo, sexismo, malos tratos o explotación laboral se nos presentan como piezas separadas para evitar que compongamos el rompecabezas; lo que nos oculta el discurso de la “igualdad” es que el final del machismo vendrá de la educación de un hombre nuevo, pero también -y sobre todo- de una mujer nueva, sobre unas bases de respeto y de solidaridad que son necesariamente incompatibles con los papeles que este sistema asigna a los sexos; que el final de la desigualdad económica de la mujer ha de pasar por la equiparación con los hombres, pero también de forma indisoluble por una igualdad real de todas las personas en el acceso a la riqueza; que para que deje de explotarse a la mujer en el trabajo, deberán desaparecer los hombres explotadores, pero también las mujeres que explotan -o toleran que se explote- a otras.
Aunque los que mandan nos colocaran en la misma casilla a hombres y mujeres, no nos conformaríamos con ser fichas del parchís. Lo que queremos es un nuevo juego y unas nuevas reglas.
Secretariado Permanente del Comité Confederal
En éste número:
- Portada | Stop represión
- Sindical pág 6 | IBERIA en punto muerto
- Economía pág 10 | 30 horas semanales sin reducción salarial
- Actualidad pág 15 | Apertura del primer Centro de Autogestión Primaria de Salud
- Global pág 17 | Centenario de la USI: entrevista al secretario general
- Memoria e Historia pág 20 | El movimiento anarquista y su relación con las mujeres
- Cultura cuadernillo central | Entrevista a Basilio Martín Patino tras su último documental sobre el 15M
- Opinión pág 25 | A debate: sexología y anarquismo
- Contraportada | 80 aniversario del periódico // 1936, nada menos que la revolución