1936 – Noviembre: la CNT entra en el gobierno

Disolución del Comité Central de Milicias Antifascistas

Independientemente que la guerra civil española tuviera sus raices en profundas motivaciones nacionales, está fuera de duda que sobre ella incidieron de forma inmediata los planteamientos políticos y estratégicos de la política internacional. España se había convertido en el campo de observación y también de experimentación directa. Se estaban forjando a marchas aceleradas las condiciones que iban a producir en fecha próxima la II Guerra Mundial. Los observadores y actores más atentos de nuestra guerra fueron sin duda Alemania, Italia, Rusia e Inglaterra.

El problema de la correlación de fuerzas sumió en la perpejlidad al anarcosindicalismo. Habiéndose identificado con el pueblo de quien se consideraba inspirador y conociendo, por la experiencia histórica, su marginación radical, el anarcosindicalismo había trabajado durante lustros sobre esquemas en que él se concebía así mismo como única fuerza revolucionaria, habida cuenta de la incapacidad de los demás sectores para la revolución.

El primer atisbo de estas dificultades nació con el aliancismo revolucionario, producto de la radicalización de ciertos sectores del socialismo español -debida en gran parte a la presión constante de la CNT- que empezó a plantear la existencia de copartícipes en el hecho revolucionario.

Por otra parte, el anarcosindicalismo no podía imponer su criterio transformador sino por la vía rápida, en un periodo revolucionario de corta duración. Una guerra larga, que por fuerza había de favorecer el nacimiento de la contrarrevolución, militaba en contra de su estrategia revolucionaria. Pero el tránsito fulminante de Cataluña no podía darse en el resto de España. Levante y Madrid tenían una CNT dinámica y poderosa, pero paralelamente se afirmaban otras corrientes tradicionales como el socialismo, los partidos republicanos, el minoritario partido comunista (que iba a hallar en la coyuntura los factores más favorables a un considerable crecimiento).

Además, estaba el gobierno republicano, que conservaba bazas de gran fuerza: relaciones exteriores, diplomacia y las divisas. Estos factores eran imprescindibles para hacer frente a una guerra que se alejaba cada vez más del módulo de la guerra revolucionaria. Ante estas consideraciones, el anarcosindicalismo se hallaba desbordado. Estas realidades fueron creando en el militante confederal una mentalidad fatalista que le conduciría inevitablemente a la colaboración política y, consecuencia natural, a la colaboración en el estado. Así pues, paulatinamente y bajo la presión de los acontecimiento, la CNT pasó de la colaboración con sectores políticos y sindicales a la intervención en el estado.

Tras el derrumbe del gobierno de José Giral, el 4 de septiembre de 1936, Francisco Largo Caballero fue designado jefe del gobierno y ministro de la guerra. Su gran preocupación, aparte del curso de la contienda, fue intentar mantener la disciplina en el ejército y la autoridad dentro de la zona republicana a cualquier precio.

En el norte las tropas nacionales habían tomado Irún el 5 de septiembre y San Sebastián el 13 de septiembre, quedando el norte republicano rodeado por tierra por los nacionalistas. El 17 de octubre se rompía el cerco de Oviedo.

Además, la guerra en los frentes de Aragón se alargaba alarmantemente. Todo esto creaba nubes de inquietud, que se transformaban en presiones sobre todos los organismos oficiales de Cataluña: los sindicatos de la CNT. En palabras de G. Oliver:

En un corto lapso de sesenta y cinco días, los que transcurrieron desde el 20 de julio de 1936 al 27 de septiembre del mismo año, se vivieron las tres etapas que regulan los grandes destinos: alborear, plena luz y ocaso. Así fue todo de rápido. Se quiso dar el salto y se dio. Por lo visto, habíamos llegado a la cumbre en sólo sesenta y cinco días, y ya, con verdadera fiebre, se quería iniciar la caída cuesta abajo. En Barcelona, como en Madrid, se sentía impaciencia entre los burócratas de la organización por entrar a formar parte del gobierno de la Generalidad y del de la República. Pero debían contenerse, por temor a suscitar desconfianzas entre los fieles al anarquismo. Ciertos grupitos aparentemente anarquistas apenas si dormían, atareadísimos en la búsqueda de pretextos para terminar con el Comité de Milicias y encontrar, costase lo que costase, caminos hacia las funciones de gobierno.

Tal vez, los primeros ecos vinieron directamente del Gobierno de la Generalitat, que se quejaba de que con la existencia del Comité de Milicias, órgano de gobierno paralelo al suyo, Cataluña no tendría asistencia del gobienro de Madrid. A su vez, el gobienro de Madrid decía que mientras Cataluña no se sometiera al gobierno de la España republicana, no recibirían asistencia de los gobiernos democráticos.

Todos se desvivían por ver quién engañaba a quién. Se buscó la manera de disimular los afanes gobiernistas, comunes y corrientes, en aquella fórmula inocentona presentada por Federica Montseny en un Pleno de Regionales, que suprimía el nombre de «gobierno» y lo sustituía por el de «Consejo». Como en Madrid no cuajó, porque Largo Caballero era mucha pieza, se conformaron con que facilitase la entrada de la CNT en el gobierno de la Generalidad, el cual pasaría a llamarse Consejo de la Generalidad. Companys, más zorro que Largo Caballero, aunque no tan pieza como él, lo aceptó, encantado de poder acabar de una vez con el Comité de Milicias.

Así pues, disuelto el Comite Central de Milicias Antifascistas el 1 de octubre de 1936, la CNT entró a formar parte en el gobierno de la Generalitat, recién bautizado como Consejo de la Generalitat, quedando constituido de la siguente manera: Presidente y Hacienda, José Tarradellas (Esquerra); Cultura, Ventura Gassol (Esquerra); Seguridad interior, Artemio Aiguader (Esquerra); Economía, Juan P. Fábregas (CNT); Abastos, Juan J. Doménech (CNT); Sanidad y Asistencia Social, Antonio García Birlan (CNT); Servicios públicos, Juan Comorera (PSUC); Trabajo y Obras públicas, Miguel Valdés (PSUC); Agricultura, José Calvet (Rabassaires); Defensa, Díaz Sandino (técnico, Esquerra); Sin cartera, Rafael Closas (Acció Catalana).

A partir de aquí, los resortes del orden, con el visto -bueno de parte de la propia CNT- se fortalecían y el sector oficial iniciaría la guerra psicológica contra la revolución amparado en consignas tendentes a fortalecer la disciplina, el mando único y en mantener por encima de todo la primacía de un objetivo: ganar la guerra. En esos mismos días el mismo Buenaventura Durruti había pronunciado su fatídica y célebre frase: «renunciaremos a todo, excepto a la victoria«, que lógicamente fue acogida con alborozo por los grupos políticos. Hasta entonces los anarcosindicalistas y anarquistas habían defendido la necesidad de ganar paralelamente guerra y revolución, siendo inseparables una de otra.

La llamada de Largo Caballero

Nada más formar gobierno Largo Caballero solicitó la entrada de la CNT en su equipo, pero por aquel instante la Confederación vivía en la pleamar de la euforia revolucionaria y, por otra parte, aún no había superado sus escrúpulos y vacilaciones. Estas vacilaciones serían finalmente vencidas en los Plenos Nacionales celebrados en Madrid el 15 y el 28 de septiembre. Tras estériles intentos -todos rechazados por largo Cabellero- de camuflar y dar otro color a lo que iba a ser la definitiva entrada en el gobierno de militantes confederales, el 4 de noviembre de 1936 la CNT entró en el gobierno republicano, siendo los titulares designados por la misma CNT: Juan García Oliver (Ministro de Jusiticia), Federica Montseny (Sanidad), Juan Peiró (Industria) y Juan López (Comercio).

Ministros Anarquistas. Segunda República.

Foto de cuatro de los ministros de Largo Caballero, de izquierda a derecha:
Jaume Aiguadé i Miró (ERC), F. Montseny (CNT), García Oliver (CNT) y Anastasio de Gracia (PSOE)

¿Cómo fue posible que, existiendo unas militancias de base confederal tan masivas y convencidas de la necesidad revolucionaria, una elite surgida de sus entrañas asumiera la apostasía del colaboracionismo político sin que ello generase protestas ni rechazos radicales?. Quizá la respuesta esté en considerar que las fuerzas más vivas del anarcosindicalismo habían optado ya entonces por aislarse del laberinto en que se hallaban los colaboracionistas urbanos y marchar al frente de guerra antifascista: ciertamente, Buenaventura Durruti y otros muchos compañeros que le siguieron a Aragón optaron por el combate militar directo y forjar desde las actitudes y fundamentos del anarcosindicalismo. Naturalmente hubo muchas oposiones internas a la actitud gubernamental de la CNT, pero tampoco los opositores lograron señalar una alternativa convincente para la masa confederal. Y en realidad, también hubo una complicidad inconfesada en muchos militantes enemigos de la colaboración, quienes criticaban al mismo tiempo que dejaban hacer.

Foto de Buenaventura Durruti.

Buenavnetura Durruti
Fue uno de los líderes más carismáticos no solo de la CNT sino del anarquismo mundial. Moriría el 20 de noviembre durante la defensa de Madrid. Su muerte continúa siendo una incógnita.

Las circunstancias impuestas por una guerra implacable determinaba de modo paulatino la absorción por el estado de los órganos populares creados por el impulso revolucionario. Trataría de controlarlos primero, enmarcarlos posteriormente en la legalidad y destruirlos al fin brutalmente.

Otro motivo para entrar en el gobierno fue la militarización de las milicias, promovida por Largo Caballero y aplaudida por el Partido Comunista, que desde un principió había apoyado el decreto. Dentro del gobierno la CNT pretendía así ejecer un control sobre los acontecimientos militares, algo que al poco tiempo se comprobó inútil ya que Largo Caballero, Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Guerra, se reservaba en exclusiva las atribuciones.

De cualquier modo, y para sorpresa de los cuatro ministros anarquistas, ya en la primera reunión que mantuvieron con el resto del Consejo de Ministros de Largo Caballero se trató como punto principal el abandono de Madrid y el traslado del gobierno a Valencia. Madrid estaba siendo bombardeada desde el 27 de agosto de ese mismo año.

Tal vez, este fuera en realidad el principal motivo de hacer entrar a la CNT en el gobierno. De esta manera, de cara a la opinión pública, el gobierno republicano se cubría las espaldas al tratarse de un abandono seguido por todas las organizaciones que se enfrentaban al fascismo, incluida la respetada CNT que ahora estaba integrada en el gobierno. Pero sobre todo, de esta manera se evitó el alzamiento de la Cataluña anarquista -como región antifascista más estable y sólida- contra un gobierno que daba ahora claras muestras de debilidad. La negativa de los cuatro ministros confederales a abandonar Madrid, aplazó el abandano de la ciudad.

Finalmente, con el ejército fascista a las puertas de Madrid, el 6 de noviembre el Consejo de Ministros volvió a reunirse. Esta vez, la minoría cenetista decidió doblegarse ante la voluntad de la mayoría, por lo que a lo largo de la noche de ese mismo día el gobierno republicano abandonaría la ciudad para dirigirse a Valencia.

Aún asi, el 20 de noviembre de 1936 se daría por terminada la primera ofensiva sobre Madrid, aunque continuarían los bombardeos aéreos y artilleros sobre la capital.

La CNT ante la AIT

A los pocos días, en noviembre de 1936 se reunió la AIT y el Comité Nacional de la CNT trató de justificar su participación gubernamental. En el introito del documento presentado se admitía que la CNT podía haber desencadenado una revolución propia con resultados probables de éxito, pero tal hecho implicaba la apertura de tres frentes: contra la rebelión militar, contra los gubernamentales y contra el capitalismo exterior. Por los riesgos de tal aventura solamente cabía colaborar con los demás sectores y este hecho llevaba inexorablemente a la colaboración gubernamental. Estos son algunos extractos del documento presentado a la Internacional:

Levante estaba indefenso y vacilante, con las guarniciones sublevadas dentro de los cuarteles; nuestras fuerzas, minoritarias en Madrid; Andalucía era un desconcierto, con grupos de trabajadores armados de escopetas y hoces luchando en las montañas; el norte era una incógnita todavía y el resto de España se suponía en poder de los fascistas. Había el enemigo en Aragón, a las puertas mismas de Cataluña… Por otra parte, el nerviosismo de las representaciones consulares extranjeras se tradujo en la presencia ante nuestros puertos de gran número de buques de guerra… En el sur, nuestros compañeros, armados de escopetas resistían bravamente, pero perdían terreno. Fueron armados con fusiles, ametralladoras y artillería que les enviamos de Cataluña, debilitando la potencia revolucionara de ésta. Levante, por fin, se decidió por asaltar los cuarteles, pero para ello hubo que enviar a los camaradas fusiles y ametralladoras.

[…]

El propio frente de Aragón, donde había unos 30.000 milicianos, llegó a carecer casi en absoluto de munición. Hubiéramos necesitado seis millones de cartuchos diarios y llegamos a no tener un solo cartucho. Los gobiernos demócratas burgueses nos impedían comprar y recibir material de guerra.

[…]

Se nos invitaba, en fin, a quitar fisonomía agresiva a la revolución, disolviendo el Comité Central de Milicias Antifascistas. Se nos presentó la conveniencia de reconstruir el gobierno de la Generalitat de Cataluña, presidido por Companys, liberal burgués, que diese la sensación al extranjero de un encauzamiento de la revolución por cauces menos radicales…. Éramos una potencia tan formidablemente organizada, usufructuábamos de una manera tan absoluta el poder político, militar y económico de Cataluña que, de haberlo querido, nos hubiera bastado con levantar un dedo para instaurar un régimen totalitario anarquista. Pero nosotros sabíamos que la revolución en nuestras manos había agotado todas sus resistencias y que del exterior los anarquistas no habíamos recibido apoyos eficaces ni podíamos esperar recibirlos.

Esta enumeraicón de dificultades tenian cierto peso de convicción, sin duda -sin embargo, hecho paradójico, la intervención gubernamental de la CNT motivada en parte por el deseo de neutralizar la reacción del poder central contra la revolución, se saldó con un rotundo fracaso puesto que esa reacción se produjo cuando y como consideró oportuno, y los ministros confederales se vieron absolutamente impotentes para conjurarla-.

La reacción de los medios anarquistas internacionales fue muy virulenta ante la nueva posición del anarcosindicalismo español frente al estado. Entre las críticas mas clarividentes, se encontraba la de Sebastián Faure, prestigioso anarquista francés:

De dos cosas una: si la realidad contradice los principios, es que son falsos, y en este caso debemos apresurarnos a abandonarlos; debemos tener la lealtad de confesar públicamente su falsedad, y debemos tener el valor de poner, en combatirlos, tanto ardor y actividad como pusimos en defenderlos. E inmediatamente debemos, asismismo, ponernos a buscar principios más sólidos, más justos, e infalibles.

Si por el contrario, los principios sobre los cuales descansa nuestra ideología y nuestra táctica conservan, cualesquiera que sean los hechos, toda su consistencia, y valen hoy tanto como valían ayer, en este caso debemos serles fieles. Alejarse, aún en circunstancias excepcionales y por breve tiempo, de la línea de conducta que nos han trazado nuestros principios significa cometer un error y una peligrosa imprudencia. Persistir en este error implica cometer una culpa cuyas consecuencias conducen, paulatinamente, al abandono provisional de los principios y, de concesión, al abandono definitivo de los mismos. Una vez más, es el engranaje, es la pendiente fatal que puede llevarnos muy lejos.

El periodo de actividad legislativa

La repercusión por la entrada en el gobierno republicano de los cuatro militantes de la Confederación se vio temporalmente ensombrecida por la muerte de Buenaventura Durruti, uno de los líderes más carismáticos, no solo de la confederación sino del pueblo catalán y de toda la clase obrera en general, que había acudido a Madrid para ayudar en la defensa de la ciudad.

El 19 de noviembre de 1936, en la calle Isaac Peral de Madrid, Durruti fue herido en el pecho por una bala de extraña procedencia. En grave estado, fue llevado al Hotel Ritz, sede del hospital de las milicias catalanas, donde murió al día siguiente. El día 22 su cuerpo fue trasladado a Barcelona donde sería enterrado.

Entierro Buenaventura Durruti.

Entierro de Buenaventura Durruti. 23 de noviembre de 1936.

El entiero tuvo lugar el 23 de noviembre de 1936. Su cortejo se convirtió en una inmensa manifestación en la que, según la prensa del día, se congregaron más de medio millón de personas alrededor de su ataúd, cubierto con banderas rojinegras. La bala que había matado a Durruti había alcanzado también el corazón de Barcelona. Todos los partidos y organizaciones sindicales habían convocado a sus miembros. Era un espectáculo grandioso, imponente y extravagante; nadie había guiado, organizado ni ordenado a esas masas. El comienzo del funeral había sido fijado para las diez y ya una hora antes era imposible acercarse a la sede del Comité Regional de la CNT-FAI.

Los obreros de todas las fábricas de Barcelona se habían congregado. A las diez y media, el ataúd de Durruti, cubierto con una bandera rojinegra, salió de la casa CNT-FAI llevado en hombros por los milicianos de su columna. Las masas dieron el último saludo con el puño en alto.

Con el gobierno republicano trasladado a Valencia, y a pesar de las constantes trabas que republicanos, comunistas y socialistas pusieron a los proyectos y reformas propuestos por los ministros de la Confederación, éstos trataron de promulgar una serie de decretos que -salvando las distancias- podrían considerarse más acordes con el sentir general de la CNT. Si bien es cierto que, a la larga, debido a la inestabilidad de la situación y al breve mandato, todo terminaría por quedar en papel mojado.

Foto de Federica Montseny.

Federica Montseny
Hija de los célebrebes anarquistas Juan Montseny y Teresa Mañé, conocidos por los seudónimos de Federico Urales y Soledad Gustavo. Tras su nombramiento para la cartera de Sanidad se convertiría en la primera mujer ministra de España y la Europa Occidental.

Las leyes promulgadas por Federica Montseny respecto a materia de sanidad fueron las más progresistas de la época, especialmente las que hacían referencia al sistema anticonceptivo y a las clínicas paritorias. Trató de impulsar la investigación médica en España y creó el Instituto del Cáncer. Constituyó el Comité Nacional de Suministros para poder hacer efectivo un reparto rápido y eficaz de los materiales y a la vez evitar los acaparamientos y las bolsas de poder. También creó lugares de acogida para la infancia -muy alejados de los lastimosos orfanatos de por entonces-, comedores para embarazadas, liberatorios de prostitución, abolición de toda la organización de beneficiencia -ocuparse de los desasistidos no era algo de tuviera que estar en manos de la Iglesia- y el primer proyecto de ley sobre el aborto a nivel nacional. Hay que destacar que éste último proyecto contó con la oposición tanto de Largo Cabllero, como de la mayoría de los ministros socialistas y comunistas. De cualquier manera, casi ninguno de sus proyectos llegó a ejecutarse por falta de tiempo.

Desde un principio, Juan Peiró se mostró predispuesto a participar en el gabinete de Largo Caballero. A pesar de esto, muy poco pudo hacer en su cargo y sería uno de los ministros más díscolos y menos dóciles en sus relaciones con el resto de carteras ministeriales, especialmente con los comunistas. Como Ministro de Industria pretendía encauzar las conquistas revolucionarias que la CNT había logrado en fábricas y talleres, legalizándolas y regularizándolas para afianzar su posición y no poder dar marcha atrás. Pero Peiró estaba atado de manos y pies y no se le facilitó su labor. Eran demasiados los que pretendían retroceder al sistema de privilegios y se lastró toda su labor. Se fiscalizó su gestión y el ministro de hacienda (Juan Negrín) intervino en ella, frenando así su avance. Aún así, elaboró un decreto de incautaciones e intervención en la industria y proyectó la creación de un bando de crédito industrial. Si bien muchos de estos proyectos serían recortados, ralentizados o diluidos por el posterior Presidente del Consejo, Negrín. Por otro lado, ya en noviembre de 1936 se encargó de facilitar las materias primas a las reconvertidas industrias de guerra, potenciando la creación de nuevas industrias y mejorando las ya existentes.

El trabajo de García Oliver al frente del Ministerio de Justicia fue de los más avanzados en la historia de Europa. Su obra legislativa comenzó el 24 de noviembre con un decreto que permitía la auto-defensa de los propios acusados ante los tribunales. Intentó frenar los desmanes que se pruducían en la retraguardia (acaparamiento de víveres, municiones y materias primas y/o su especulación). También promulgó otro decreto en el que se eliminaban todos los antecedentes penales por delitos cometidos con anterioridad al 15 de julio de 1936, con anterioridad a la revolución. En diciembre creó los campos de trabajo para los presos fascistas, en sustitución de las cárceles; con esta medida hacía hincapié en la reintegración y en la fe absoluta de los anarquistas en la educación. Finalmente presentó un decreto de amnistía total, que apareció promulgado el 25 de enero de 1937. Con este decreto no se hacía más que legalizar una situación que se había dado de hecho al abrir las puertas de las prisiones, pero que no garantizaban la libertad de todos aquellos que las atravesaron. En muchos lugares de la España republicana, los presos comunes pidieron ir a los frentes a luchar.

Foto de Juan García Oliver.

Foto de Juan García Oliver ya como ministro de Justicia.

Justo al tomar su cargo como ministro de Justicia, juró que liberaría a los presos políticos y por delitos comunes (mayoritariamente personas víctimas del hambre). Antes de hacerlo pronunció éstas palabras:

«Los presos deben ser liberados de los muros que les oprimen, pues son victimas de un sistema que les envilece.»

El 4 de diciembre, el cenetista Melchor Rodríguez (posteriormente conocido como «El Ángel Rojo«) pasó a asumir la Delegación General de Prisiones en delegación de su titular, Antonio Carnero -nombrado por Oliver- y que residía en Valencia desde hace tiempo. Melchor Rodríguez logró detener las matanzas de Paracuellos de Jamara -que ya habían comenzado a producirse el 7 de noviembre y cuya responsabilidad se le atribuyó a Santiago Carrillo- y la situación de terror de las cárceles, al precio de enfrentarse con algunos dirigentes del Partido Comunista que pretendían seguir con ello, y con gran riesgo de su vida en varias ocasiones.

Tuvo pues la responsabilidad no sólo de vigilar los regímenes y prevenir las fugas, sino también de evitar las agresiones y linchamientos de presos que algunas milicias y grupos armados efectuaron. Una de las primeras medidas tomadas por Melchor Rodríguez fue la implantación de una norma según la cual quedaba prohibida la salida de presos de las cárceles entre las 7 de la tarde y las 7 de la mañana. Esta orden supuso en buena medida el fin de los «paseos» nocturnos de prisioneros.

En lo que respecta a Juan López, al igual que Peiró, tuvo muchos problemas para sacar adelante su gestión. Aún así, siguió con la línea marcada por el transcurso de la guerra: prohibió las subidas de precios por encima del fijado antes del 18 de julio y las incautaciones de artículos destinados al abastecimiento de las poblaciones sin orden expresa de la autoridad competente. Respecto al comercio exterior, creó la Oficina Comercial de España en la URSS. También intentó llegar al monopolio del comercio exterior estableciendo, a través de una organización estatal, la garantía de que los beneficios repercutieran a toda clase trabajadora. Al mismo tiempo que el estado debía garantizar este monopolio, los trabajadores debían detentar en la práctica esta organización, a partir de los sindicatos.

A pesar de todos estos proyectos y decretos, la realidad es que la labor en el gobierno de los cuatro ministros se vio muy limitada por la escasa duración de su mandato, que no llegó a alcanzar un semestre. El Partido Comunista ya llevaba tiempo planeando el asalto al poder ejectuvo; el gobierno de Largo Caballero tenía los días contados.

La caida del gobierno de Largo Caballero

La Unión Soviética estableció en España resortes que ejercieron decisiva influencia por medio de sus consejos militares y políticos. Pero la presión de Rusia no provenía de ningún tipo de coacción militar ejercida por sus representantes, sino del hecho de haberse constituido en única fuente de suministros militares.

De acuerdo con la política emprendida por Largo Caballero en cuanto al fortalecimiento del aparato policial, cuyo fin era neutralizar el poder ejercido por los comités de base y otros organismo surgidos dela revolución, los comunistas se aseguraron pronto una disposición preeminente dentro de aquel aparato, utilizando los más indiscriminados medios de presión de que disponían.

La penetración del Partido Comunista en el ejército se aseveraría en verdad eficaz y rápida. Debido a la iniciativa de disolver sus milicias, se asegurarían el control de cinco de las primeras seis brigadas del reconstituido ejército.

Dinamiteros de la CNT.

Dinamiteros de las columnas confederales.

El sacrificio del ideario anarcosindicalista en aras del colaboracionismo político no serviría a la postre ni a la revolución ni a la victoria en la Guerra Civil. Es más, esa vía acabó culminando en la contrarrevolución y finalmente en la derrota frente al fascismo.

Como posteriormente escribiría Federica Montseny:

Las pendientes resbaladizas

Si examinamos la historia general de los movimientos ideológicos que se han ido sucediendo en el transcurso de la vida de la humanidad, veremos en todos producirse los mismos fenómenos: tan pronto un movimiento social, político, obrero, filosófico, religioso, inicia un descenso doctrinal, entra en el plano de las concesiones y de las renuncias, pronto la pendiente resbaladiza sobre la cual intenta marchar en equilibrio le arrastra hacia el fondo. El fondo es la pérdida de todo idealismo, la adaptación a los sistemas que se han querido combatir, el abandono de las tácticas y las finalidades que constituyeron su propia razón de ser.

[…]

En lo que a nosotros se refiere, el proceso se repite con la misma exactitud casi matemática. Por algo, a la postre, somos todos del mismo barro y no podíamos quedar exentos de las mismas fallas.

[…]

Una conclusión hemos de sacar de todo este proceso de adpataciones, concesiones, renuncias, oportunismos, posibilismos y circunstancialismos que han perdido para la CNT a un puñado de hombres y que probablemente perderán todavía a otros, aún no en el fondo, pero ya en la pendiente: Un movimiento, una organización, una coriente de ideas, si quiere mantenerse fiel a si misma, ha de oponerse con todas sus fueras a las concesiones. A todas las concesiones. Aunque se nos acuse de sectarios, de intolerantes, de intransigentes, mantengámonos firmes en la línea que nos hemos trazado, seguros de que, si nos desviamos un ápice, ya nada ni nadie podrá salvarnos del proceso de desviación que a la postre lleva al resbalón definitivo por la pendiente resbaladiza.

Pero para ello, lo primero que se impone es tener confianza en las ideas que abrazamos, creer en ellas. Si dudamos, si no estamos seguros de qué camino elegido es el mejor, el más recto y el más justo, la más elemenbtal de las decencias aconseja que nos apartemos.

Si estamos seguros, si creemos, si los hechos, la historia, la experiencia nos demuestra que no estamos equivocados, entonces seamos intransigentes con nosotros mismos y con los demás, no renunciemos a nada, en aras de nada, porque aquello a que se renuncia es posición que se pierde; es algo que no se vuelve a recuperar.

Federica Montseny, 7 de marzo de 1970.

El gobierno de Largo Caballero se tambaleaba, ante el descontento de comunistas, prietistas y republicanos de izquierda, debido a la falta de integración del gobierno y la mala gestión del esfuerzo bélico (Largo Caballero era también Ministro de la Guerra). Sus opositores le acusaban de ineficacia, falta de centralización y condescendencia hacia las fuerzas de la izquierda -anarquistas y trotskistas del POUM- tras los sucesos de mayo de 1937. Así pues, el Partido Comunista provocó una crisis de gobierno, pidiendo su sustitución al frente de la cartera de guerra, algo en lo que el presidente de la República, Manuel Azaña, se mostró de acuerdo. Finalmente, ante la presión de los prietistas, que proponían a Negrín como presidente, tras la dimisión de Largo Caballero, el 17 de mayo de 1937 Azaña le nombró Presidente del Consejo de Ministros.

Ni que decir tiene que la salida del gobierno de Largo Caballero también supuso la salida de los cuatro ministros de la CNT.

Negrín -subordinado a la URSS- pretendió fortalecer el poder central frente a los sindicatos CNT y UGT, aliándose con la burguesía y las clases medias, tratando de poner coto al movimiento revolucionario y creando una economía de guerra. Como veremos a continuación, a partir de mediados de 1937, los comunistas (stalinistas) ya se estaban encargando de aniquilar la revolución social e implantar la hegemonía burguesa.

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