1979-1989: el proceso escisionista y la CGT

El sindicalismo subvencionado y la crisis del movimiento obrero

Los Pactos de la Moncloa se habían firmado el 25 de octubre de 1977 contando al poco tiempo con la aprobación de todas las centrales sindicales menos con la de una CNT que comenzaba a sufrir una grave crisis interna. Como consecuencia de este nuevo pacto social, a principios de 1978 se celebraron las primeras elecciones sindicales a comités de empresa, con una gran abstención, en gran parte gracias al boicot de la CNT. No hay que olvidar que por entonces la Confederación era el tercer sindicato de implantación nacional, con una afiliación que oscilaba entre los 250.000 y los 300.000 afiliados. Pero la persecución sufrida a raiz de los sucesos del Caso Scala pondría punto y final al crecimiento de la anarcosindical, comenzado además su declive. A finales del mismo año la constitución fue aprobada, consolidándose así el regimen de monarquía parlamentaria herededa del franquismo.

La euforia del período de afiliación sindical masiva entre 1977 y 1978 se desinflaría en poco tiempo. A principios de los años ochenta había quedado claro que, lejos de ser uno de los movimientos más fuertes de Europa, los sindicatos españoles tenían uno de los índices más bajos de afiliación. Si las estimaciones sobre el número de trabajadores dados de alta después de la legalización de los sindicatos habían sido más que optimistas, la caída de la afiliación fue dramática. Aunque no hay disponibles datos fiables, es probable que menos de una quinta parte de los asalariados de España fueran miembros de sindicatos a finales de 1981, y la proporción caería incluso más en los años siguientes, llegando al bajo índice del 12 %. De hecho, los sindicatos subvencionados entraron en una profunda crisis de identidad. Una vez que la clase trabajadora había cumplido con su papel de «ariete» contra la dictadura, pasó a tener un lugar subalterno, sin apenas peso en la vida social y política nacional.

Ahora, eso sí, gozaba de sus derechos y las huelgas eran legales, pero paradójicamente su ejercicio se entendía como un atentado contra la estabilidad democrática. Y en ese discurso coincidieron tanto los partidos políticos «de izquierda» como las cùpulas de CCOO y UGT y los medios de comunicación monopolizados. Y todo lo que se había recompuesto durante una larga y dura lucha contra el régimen que había tratado de aniquilar hasta el último vestigio de organización, se fue quedando en una representación cada vez más ceñida a los sectores más estables, aventajados y tradicionales de la clase.

Las elecciones generales del 1 de marzo de 1979 dieron la victoria de nuevo a Adolfo Suárez que, con su grupo UCD, conseguía una amplia mayoría con 47 escaños de diferencia respecto a la segunda fuerza política, el PSOE de Felipe González.

Los resultados fueron prácticamente los mismos que en las anteriores elecciones, dos años antes. Estos comicios certificaron el fracaso de los partidos políticos que aún proponían la ruptura con el franquismo y que se habían opuesto a la Constitución aprobada en diciembre de 1978. Sólo el PTE (Partido del Trabajo de España) y la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores) obtuvieron un número de votos significativo, pero poco después emprendieron un proceso de unificación que, paradójicamente, supuso la disolución de ambos partidos y la quiebra de sus sindicatos afines, CSUT (Confederación de Sindicatos Unitarios de Trabajadores) y SU (Sindicato Unitario). El resto de candidaturas de la izquierda «radical» sólo obtuvo resultados testimoniales, aumentando el desencanto y dando paso al reflujo de la izquierda revolucionaria.

CNT CGT

Manifestación en Elche. 1978.

Mientras tanto la derecha política irrumpía en el mundo sindical. De los restos de la CNS franquista (Central Nacional Sindicalista) surgieron numerosas iniciativas sectoriales, con especial incidencia entre los funcionarios, que formaron pequeños sindicatos de ámbito gremial o local próximos a los grupos políticos herederos del franquismo y amparados por instancias estatales. Finalmente, estos pequeños sindicatos se fusionaron y el 5 de junio de 1979 constituyeron la Confederación Sindical Independiente de Funcionarios (CSIF).

El reflujo de la lucha obrera, y la represión desatada por el intento de grupos vanguardistas del movimiento libertario de sustituirla por la acción armada, convivían con nuevas formas de lucha y organización en las que el movimiento libertario jugaba un papel principal. Nacían las Radios Libres, impulsadas por colectivos libertarios locales, que sentaron las bases de la contrainformación en España: Ona Lliure de Barcelona, Radio Klara de Valencia, Radio Luna de Madrid, etc.

Pero, sobre todo, fue el tiempo de los nuevos movimiento sociales. A partir de abril de 1979, después de las primeras elecciones municipales democráticas, el potente movimiento vecinal se hundió estrepitosamente. Los militantes más destacados de las Asociaciones de Vecinos ocuparon puestos destacados en las listas electorales de los partidos de la izquierda y muchos pasaron a responsabiliarse de la gestión municipal; su marcha no encontró relevo en el movimiento ciudadano. Pero florecían nuevas entidades, como el movimiento antinuclear y ecologista, que superando al naturalismo de los pioneros se oponia al modelo de producción industrial y capitalista, o el movimeitno pacifista, que se centró en la crítica de la mili, hasta conseguir el reconocimiento de la objeción de conciencia y la supresión del ejército de reemplazo.

En este contexto se movía la CNT, muy dañada por la represión ejercida sobre el movimiento libertario tras el estallido del Caso Scala y la consiguiente campaña mediática de intoxicación y desacreditación meticulosamente orquestada desde las cúpulas del estado. El desencanto de la sociedad y el derrotismo de la clase trabajadora habían menguado la fuerza del anarcosindicalismo, que veía alejarse la perspectiva de una revolución social mientras soportaba una dura represión policial y mediática.

Pero había que hacer balance de lo acontecido y adaptarse a los nuevos tiempos que corrían. Inmersa en plena crisis y con una militancia dividida, la Confederación Nacional del Trabajo celebró su V Congreso entre los días 8 y 16 de diciembre de 1979 en la Casa de Campo de Madrid.

El V Congreso de la CNT y la primera escisión

Ya por entonces el clima estaba muy enrarecido. Las infiltraciones en la CNT habían sido numerosas, destacando por ejemplo la de los marxistas, que culpaban de todos los males de la CNT a lo que los llamaban despectivamente «exilio-FAI». Esta acusación no tenía ningún sentido puesto que la FAI se reorganizó en España tiempo después que la CNT. Hay que señalar que este hecho fue siempre muy usual en la historia del anarcosindicalismo español. Cuando los sectores más reformistas querían controlar la situación echaban la culpa de todos los males a la FAI -como por ejemplo hicieron los treintistas-, a la que acusaban de dirigismo y de grupo de presión dentro de la CNT. Sin embargo, la historia nos ha demostrado que la FAI no tenía ese cometido y que jamás dominó sobre la CNT, porque sencillamente la propia CNT no se habría dejado.

Cartel 5º Congreso de la CNT. 1979.

También se había dado el caso de otros grupos que atacaron a la AIT, ya que pretendían integrar a la CNT en otras organizaciones internacionales de trabajadores. En esta línea marxista destacaron, por ejemplo, los anarcocomunistas de Mikel Orrantia con su periódico «Askatasuna», estando muy cercanos a las tesis de los plataformistas de Archinov.

Pero un nuevo problema interno iba a afectar a la CNT, y éste mucho más grave de cara al V Congreso. Habían surgido dentro de la Confederación sindicatos paralelos a ella misma que actuaban de forma premeditada y con órdenes del día establecidos. Se les conocía como «Grupos de Afinidad Anarcosindicalistas» y estaban en la línea de actuación de Autonomía Obrera-Liberación, Movimiento Comunista Libertario, consejistas, marxistas, reformistas, etc.

El 10 de junio de 1979 el Secretariado del Comité Nacional anunció que estaba investigando a los Grupos de Afinidad Anarcosindicalistas y terminarian siendo expulsados en septiembre del mismo año por organizar una estructura paralela que doblaba a los órganos de la CNT con el objetivo de alterar el rumbo de la anarcosindical y reformar su táctica sindical mediante el control de las delegaciones que acudieran al Congreso. Estos grupos serían conocidos como «los paralelos«, responsables de una de las más burdas intentonas por intentar manipular los acuerdos de la anarcosindical. Entre los expulsados se contraban José María Berro y Sebastián Puigcerver, ambos miembros del Comité Nacional. Las expulsiones se repitieron en otros sindicatos y feraciones locales.

Mientras tanto, el exilio por fin había aclarado su situacion y acudiría al V Congreso la CNT de España como tal y el exilio integrado en ella. Con el tiempo la CNT exterior pasaría a denominarse Comité Regional del Exterior.

Todos, dentro y fuera de la CNT, eran conscientes de la importancia que tendría este comicio. Finalmente, el Congreso abrió sus sesiones, a las que acudieron 380 sindicatos y 40 con representación indirecta, lo que hacían un total de 420 sindicatos. Aparte de todos los puntos de normativa orgánica y estructura interna de la organización, el primero de los grandes temas importantes sería el de la estrategia laboral y sindical, donde ya se manifestaron fuertemente las dos corrientes de opinión. Fue aquí donde algunos sindicatos plantearon la participación de la CNT en el modelo sindical basado en los Comités de Empresa.

Foto del V Congreso de la CNT en la Casa de Campo. 1979.

Entrada al V Congreso en la Casa de Campo. Madrid.

Para los reformistas, las causas de la reciente crisis del «sindicalismo de clase y autónomo» se debía a «la automarginación de la CNT, a la ingenuidad y el exceso de ideologización de la práctica sindical» de los anarcosindicalistas. Frente al «maximalismo empleado como arma y argumento permanente en la lucha», planteaban «la necesidad de devolver a la CNT su identidad perdida», que para ellos tenía como base «la necesaria defensa de los intereses de los trabajadores, la lucha por mejorar las condiciones de trabajo y vida, arrancando al capitalismo cada vez más parcelas de poder y decisión».

A pesar de sus reiteradas declaraciones de retorno a lo que ellos entendían por los orígenes de la CNT, los reformistas aceptaban como hecho consumado el modelo sindical de los Comités de Empresa, copia sin retoques de los Jurados Mixtos, los Comités Paritarios y los Jurados de Empresa que siempre rechazó la CNT y que fueron causa de su marginación con la dictadura de Primo de Rivera y con la Segunda República (tras los decretos de Largo Caballero, promulgados precisamente para favorcer a la UGT) y motivo de exclusión de la lucha sindical en el seno de la CNS franquista.

Aunque la participación en los Comités de Empresa se convirtió en el principal punto de disputa del V Congreso, lo cierto es que los que estaban dispuestos a pasar por el descrédito de las elecciones sindicales mantenían una visión tan idealista como irreal del sindicalismo del momento. Para ellos, todavía era posible levantar y sostener una CNT revolucionaria -como la que se añoraba desde 1936- dentro del contexto de la época (a pesar de la firma de los pactos de moncloa y el apoyo mayoritario de la sociedad a la constitución de 1978). Creían que la CNT aún podía ser la «tercera fuerza sindical», como repetían machaconamente, y mantener el mismo ritmo de crecimiento y fortalecimiento que había disfrutado en los primeros años de la transición. Esto es importante ya que esa percepción de la realidad sindical y social española que promulgaban -y que luego se demostraría erronea- de una CNT sólida e imparable en su crecimiento y con un gran colchón social que la respaldaba, la significaban como lo bastante capaz para no dejarse engañar y aguantar las embestidas y tentativas de absorción por parte del capital, como sí le había ocurrido a las Comisiones Obreras.

Y si este crecimiento no se producía -según ellos-ó si se tenía una sensación de retroceso, sólo se debía a la intransigencia ideológica de un oscuro entramado, al que llamaban despectivamente «exilio-FAI», que defendía un «anarquismo anquilosado». De nada servía alegar que parte del exilio apoyaba sus postulados, como de nada servía explicar que algunos grupos ácratas reagrupados en la FIGA (Federación Ibérica de Grupos Anarquistas) secundaban sus propuestas.

Como ya hemos dicho, frente a las críticas de sus antagonistas, los reformistas oponían un transfondo reousseauniano: los sindicatos de la CNT serían capaces de participar en un sistema «continuista que desde el gobierno, capital y centrales reformistas se nos venía imponiendo […] perpetuando la institucionalización de las relaciones laborales y la acción sindical» sin corromperse, sin caer en «el acomodo que se observa en la mayoría de los militantes y secciones sindicales de otras organziaciones». La CNT, buena por naturaleza, no sería corrompida por el nefasto sistema vigente.

CNT a CGT.

Foto de una de las sesiones del V Congreso.

El otro bloque, deminado por los reformistas «exilio-FAI», también creía que la revolución social era posible en la España de 1980, como lo fue en la de 1936 y como lo habría podido ser en la de 1975. Pensaban que si todavía no se había iniciado el proceso revolucionario, se debía a la destructora intervención del estado y de la patronal, por medio de infiltrados policiales (Caso Scala), por no mencionar las intentonas de manipular la Confederación por parte de los grupos trotskistas.

Pero los reformistas estaban decididos a renovar de arriba abajo el anarcosindicalismo y fuera de la CNT también contaban con aliados. Muchos estudiantes y medios de comunicación alternativos, especialmente la revista «Bicicleta«, se alinearon con la idea de «renovar la CNT». También otros núcleos que habian quedado al margen de la reconstrucción confederal incitaban una renovación que les permitiera actuar abiertamente en los sindicatos cenetistas. Entre estos merece la pena destacar al PS (Partido Sindicalista), formado por un puñado de afiliados que habían intentato resucitar el viejo partido de Ángel Pestaña. Al frente del PS estaba José Luis Rubio Cordón, un antiguo falangista que había formado parte, como otros afiliados del partido, del FSR (Frente Sindicalista Revolucionario), organización de corte falangista.

Finalmente, y tras un intenso debate, la propuesta fue rechaza por una amplia mayoría de los sindicatos. El Congreso consideraba que las elecciones sindicales trasladaban el parlamentarismo burgués a la empresa. Se aceptó en su lugar la asamblea de fábrica, pero la CNT mantendría su propia personalidad en ella. Se posicionó a favor de los convenios colectivos y de la negociación, siempre y cuando en ésta no interviniese el estado. Las negociaciones nunca irían en detrimento de la pérdida de derechos de los trabajadores. Como puntos básicos de negociación entraría la reducción de jornada laboral y el adelantamiento de la edad de jubilación. El Congreso rechazaba también la regulación de empleo y los expedientes de crisis, comprometiéndose a luchar por una plataforma reivindicativa de clase. Por último habría que destacar el rechazo al Estatuto de los Trabajadores pues se consideró que potenciaba el sindicalismo reformista, la contratación temporal y el abaratamiento del despido.

El último punto del congreso fue la relación de la CNT con otros organismos y organizaciones. Por aplastante mayoría se aprobó el mantenimiento de una relación fraternal con la FAI y la FIJL. En lo internacional se tendría relación con la IFA (Internacional de Federaciones Anarquistas) y se ratificó la adhesión a la AIT (Asociación Internacional de los Trabajadores).

Pero ya antes de finalizar, cincuenta y dos delegados partidarios de «las tesis renovadoras» y por lo tanto disconformes con la posicón mayoritaria ante las elecciones sindicales, queriendo romper el congreso, leyeron un comunicado denunciando que en el comicio se estaban produciendo -según ellos- falta de libertad de expresión, autoritarismo, violencia y amenazas. Estos delegados con sus sindicatos abandonaron el congreso, pues éste se negó a suspenderse.

Posteriormente estos delegados impugnaron los acuerdos y convocaron del 25 al 27 de julio de 1980 un nuevo Congreso Confederal en Valencia al que acudieron 300 delegados y más de 100 sindicatos. Allí se posicionaron a favor de los Comités de Empresa y se aprobaron las elecciones sindicales.

De esta manera ratificaron la ruptura, quedando escindidos de la CNT, que de este modo lograba matenerse fiel a los principios anarcosindicalistas. Los objetivos de esta escisión no eran sino arrastrar a la Confederación hacia posturas que históricamente no le correspondían, arguyendo que soplaban nuevos vientos para el sindicalismo. Todo esto provocó una querella importante, tanto a nivel moral como general, pues las siglas fueron usurpadas por los escindidos a la legitima CNT.

Foto de José Bondía, Secretario General de la CNT.

José Bondía Román.
Secretario General de CNT tras el V Congreso de 1979. Fue el máximo responsable de la segunda escisión de 1983 que culminaría con una falsa «reunificación» en 1896 entre la facción de Bondía y la del Congreso de Valencia, que posteriormente, en 1989 se denominaría CGT. Tras intentar destrozar a la CNT pasaría a ocupar en 1992 la gerencia del organismo del V Centenario, creado por el PSOE para la conmemoración de los 500 años del descubrimiento de América. Posteriormente ocupó un cargo de político como «consejero» técnico en La Casa de la Moneda. Los buenos servicios prestados en la segunda fase de destrucción de la CNT fueron bien recompensados.

Tras el V Congreso se eligió a un nuevo Comité Nacional -convirtiéndose José Bondía Román en el nuevo Secretario General- pero la escisión marcó profundamente el devenir de la CNT. Los medios de comunicación se hicieron eco de esta trascendental noticia, dando cobertura informativa sobre todo a los escindidos -aceptar las reglas del juego tenía sus recompensas-, que tras su Congreso pasarían a llamarse «CNT-Congreso de Valencia».

Esta nueva organización estableció una estrategia sindical completamente distinta a la que había sido aprobada en el V Congreso de la CNT: aceptaban subvenciones y participar en las elecciones sindicales, los diferentes comités tenían poder de decisión y contaban con militantes profesionales o liberados, tanto en los Comités de Empresa como en la propia estructura confederal. Y a pesar de todo esto, y sin ningún tipo de escrúpulo, áun se decían herederos de la CNT.

Aun así durante 1980 la actividad de la CNT no paro. En la línea de recuperación del Patrimonio Histórico, se produjo la ocupación y recuperación en el 1º de Mayo del local de Villaverde Alto. La ultraderecha seguía golpeando, y ese año fueron asesinados Arturo Pajuelo, militante de los movimientos ciudadanos y Jorge Caballero, militante anarquista. También se participó en diversos conflictos laborales entre los que destacaron el encierro de trabajadores en Torrejón de Ardoz (Madrid), junto a los sindicatos CSUT y SU, así como los conflictos de Cádiz, Huelva o Bilbao.

El 23 de febrero de 1981 se produjo el golpe de Estado patrocinado por el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero. La CNT condenó el hecho y llamó a una huelga general. La anarcosindical catalogó el golpe, no como un hecho aislado, sino como la culminación de todo un proceso premeditado.

Se continuó en la lucha por la recuperación del patrimonio y por el reintegro de los archivos históricos de la organización, llegando a un acuerdo con el Instituto de Historia Social de Ámsterdam, donde se encontraban los documentos de la CNT.

El VI Congreso de la CNT y la segunda escisión

En las elecciones generales legislativas celebradas el 28 de octubre de 1982 se produjo la victoria electoral del PSOE, con 202 escaños. La CNT hizo campaña por la abstención y advirtió del grado de colaboracionismo que la socialdemocracia había mantenido en toda su historia como parte integrante del capitalismo.

Pero la CNT continuaba con su declive. A esto se unió que el Secretario General, José Bondía, actuó de manera ejecutivista al tomar decisiones por encima de la base de la CNT, lo que provocó fuertes fricciones en la ultima etapa de su ejercicio. Incluso se mostró favorable a presentar a la CNT en las elecciones sindicales.

Pero además Bondía se sirvió del cargo para intentar imponer sus planteamientos reformistas a la organización y desviarla así de sus principios, llegando incluso a mantener contactos -de espaldas a la organización- con Alfonso Guerra, vicepresidente del gobierno. Las promesas del PSOE ponían sobre la mesa una auténtica oferta de compra de la CNT.

Con este panorama tan dispar se llegó al VI Congreso de la CNT celebrado en Barcelona entre el 12 y el 16 de enero de 1983, acudiendo a él 209 sindicatos, 12 regionales y mas de 500 delegados. Aunque la gestión del Comité Nacional fue aprobada -la trama por entonces era ignorada por la militancia confederal-, José Bondía seguía opinando que la CNT podía ser reformista o sindicalista revolucionaria según las circunstancias. Tan movido fue este Congreso, que el punto mas candente -de nuevo, las elecciones sindicales- no se resolvió aquí sino en uno extraordinario en Torrejón de Ardoz, celebrado entre el 31 de marzo y el 3 de abril del mismo año.

Antes de continuar es importante destacar la reunión mantenida por entonces entre Bondía y Alfonso Guerra, en la que el por entonces vicepresidente del gobierno dijo:

«No pienso aceptar un sindicalismo a tres, CCOO, UGT y CNT, sino un sindicalismo a dos, UGT y CNT, pero para eso, la CNT, debe poner los pies en la tierra y aceptar las elecciones sindicales»

Esto debió de calar hondamente en Bondía, consciente además de que sería grátamente recompensado, y días antes de la resolución del VI Congreso con respecto a las elecciones sindicales, envió a los medios de comunicación un comunicado donde afirmaba que la CNT aceptaba las elecciones sindicales. Esto confirmaba, una vez más, la estrategia que ya expuso en su momento Indalecio Prieto, ministro de la II República:

«Es imposible combatir a la CNT desde fuera porque, en mi experiencia, la CNT es un toro que se crece con la represión, no resulta positivo hacerlo de esa forma. En cambio, es muy fácil hacerlo desde dentro, con lo que se consigue, si no hundirla, sí debilitarla sustancialmente»

Pero Bondía erró en su presagio y tras un tenso debate el Congreso Extraordinario ratificó los acuerdos del V Congreso condenando los comités de empresa y las elecciones sindicales. Por lo que estos nuevos acuerdos volvieron a provocar una escisión y veintiseis sindicatos abandonaron la Confederación. Los escindidos pasaron a unirse con la «CNT-Congreso de Valencia», formando así lo que ellos llamaron la «CNT-Renovada».

Poco antes, Juan Gómez Casas se había dirigido a José Bondía de la siguiente manera:

Atención:

«Nuevas» Definiciones sobre anarcosindicalismo

[…]

El compañero Bondía afirma que la CNT, como los demás sindicatos entra en el «ranking» de las fuerzas sindicales del Estado y como tal favorece la evolución del sistema en éste o aquel sentido y se convierte se quiera o no en evolucionista en ausencia de situaciones revolucionarias. Sí, en cierto modo. Es evolucionista en el sentido de que durante la preparación al dilatado tránsito revolucionario es o debe ser un formidable factor de impregnación y contagio que haga evolucionar al pueblo hacia las condiciones que van a propiciar el cambio radical. Esa evolución es lo que yo llamo el crecimiento de la conciencia revolucionaria dentro y fuera de los lugares de trabajo. (Algunos sonríen al oir hablar de esto). De cualquier manera el compañero Bondía se equivoca cuando nos llama «estáticos» porque sólo esa nueva conciencia significa un cambio real. La imitación clara de lo que hacen otros, con pretensiones de originalidad, es como pretender avanzar pedaleando en esas bicicletas inmóviles que se utilizan para hacer ejercicios físicos en el interior de una habitación. Pero, acto seguido, se perfila una actitud mucho más ambigua en el trabajo de Bondía, al afirmar éste que para equilibrar la balanza y para reencontrarse con el anarcosindicalismo habría que ir a posiciones más sindicalistas. Un pequeño galimatías. Porque, si por definición somos anarcosindicalistas y no otra cosa, ¿tenemos que ir al sindicalismo para luego regresar a lo que somos por naturaleza? ¿Qué significa esto?

Vaciamiento de los contenidos de la CNT. El problema de la integración.

Como a Bondía no le agrada mucho la historia, sobre todo cuando va contra sus improvisaciones, puede que no sepa que situaciones confusas como ésta ya se dieron en la CNT durante la dictadura de Primo de Rivera y posteriormente con las polémicas entre Santillán, Pestaña y Peiró, sobre todo en las de estos dos últimos. Pestaña acabó definiendo a la CNT como un continente más que como un contenido. Un continente sirve para meter cosas dentro. Habiéndose agarrado al sindicalismo neutro acabó fundando un partido para infundir a aquél, desde fuera, un cierto contenido Cierto que la postura de Bondía no es esto, pero las implicaciones de cuanto dice son imprevisibles.

Tras afirmar que, descartando la integración política o de participación en la lucha por el poder, queda nuestra necesaria e inevitable integración en el tejido de la sociedad española, termina diciendo que, porque tenemos voluntad de constituirnos en fuerza social, esta no marginación (entiéndase integración, digo yo) ha de ser lo más profunda posible, siendo una parte fundamental en el entramado social. Pero la sociedad española o el entramado, como lo conocemos hoy, es el sistema. Y la sociedad española, o el sistema es todo, es decir, los que trabajan, los parados, los marginados, los oprimidos, los opresores, los cuerpos represivos, los políticos, la pluralidad de instituciones, el Estado. ¿Es aquí donde hemos de integrarnos de una forma «potente», se nos dice?

Ante todo, ¿qué es estar integrados? Integrar es reunir las partes de un todo, armonizarlas, para que ese todo pueda cumplir sus funciones naturales. Tales funciones reconocen incluso discrepancias, diversidad y oposición hasta ciertos límites, pero todo ello en razón de que es necesario para el funcionamiento normal del todo. Por consiguiente, para la consolidación del todo, es decir, del sistema. Así es como entiende la cuestión el reformismo político. ¿Están la CNT y el movimiento libertario integrados así en el sistema? NO. Estamos dentro del entramado del sistema. Esto nos condiciona ciertamente, nos limita, nos reprime, se nos impone por medio de regulaciones autoritarias. Pero estamos contra el sistema, no somos una pieza indispensable para el desarrollo del sistema. De hecho, estamos en una situación real de marginación conscientemente asumida. Desde ésta intentamos contagiar nuestros valores y nuestras ideas-fuerza, penetrar hasta el corazón mismo de esta sociedad por nuestra teoría y nuestra práctica. La integración-colaboración como la entiende, quiera o no, Bondía, nos dejaría inermes y desarmados para la defensa de alternativas tendentes al cambio radical y profundo de la sociedad y convertidos en simple tejido del sistema.

[…]

En líneas generales se ratificó todo lo acordado en el V Congreso aunque, tras el VI y el Extraordinario, la Confederación se encontraba muy mermada en fuerzas, merced a las escisiones que había sufrido. Como el nuevo Comité Nacional estaba también a favor de las elecciones sindicales, presentó la dimisión y un Pleno Nacional de Regionales eligió a Fernando Montero como nuevo secretariado de la CNT.

6º Congreso de la CNT. Barcelona. 1983.

Aunque tras los congresos de 1983 la CNT quiso volver por los caminos de antaño, las escisiones la habían dejado en situación casi residual. Comenzó además una lucha a partir de entonces por la legitimidad de las siglas frente a los escindidos y por la recuperación íntegra del patrimonio histórico robado por el franquismo, lucha que se extendería en el tiempo y llegaría hasta nuestros días.

Mientras tanto, en su afán por conviertirse en la «tercera fuerza sindical», y así justificar la necesidad de su ruptura, los escindidos fueron perdiendo señas de identidad anarcosindicalistas y absorbiendo a los pequeños núcleos sindicales descontentos que venian del sindicalismo reformista. Y todo esto para que, según sus propios datos, su representatividad a día de hoy no se acerque al 2%. Pero esto en el fondo ya es lo de menos porque ¿qué sentido tiene colocar una organización en la cúspide de la representación sindical a costa de ir haciendo concesiones, desechar los principios que la originaron y su razón de ser?

En 1989, tras el dictamen judicial favorable a la CNT-AIT, la pérdida de las siglas obligó a los escindidos que formaban la «CNT-Renovada» a adoptar otro nombre: CGT (Confederación General del Trabajo). Este cambio fue aprovechado por el sector más reformista para llevar adelante sus propuestas en el congreso celebrado un par de meses después, con una organización prácticamente dividida. Esta división terminaría por generar la primera escisión de los escindidos, dando lugar al nacimiento de Solidaridad Obrera.

La Confederación Nacional del Trabajo había retomado sus esencias, pero no sin pagar un alto precio: una dolorosa ruptura sindical, una considerable pérdida de militantes y una sensación de amargo desencanto que tardaría en superar.

Pero, una vez más, no se había logrado acabar con la CNT. Si bien la anarcosindical tendría que afrontar ahora la larga travesía del desierto de los años noventa.

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