1870: la Federación Regional Española

La idiosincrasia del proletariado español

Por su configuración, la península ibérica no favorece ese estatismo centralizador, que en los otros grandes países europeos ha sido el producto temporariamente inevitable de necesidades económicas. El estatismo en España ha sido siempre de puro sello dominador y para proteger la continuación del feudalismo económico de la manumisión feudal sobre una parte tan grande de la tierra; además para proteger la gigantesca empresa américo – latina – española de los siglos XVI, XVII y XVIII. El estatismo español para el pueblo no fue nunca más que el régimen administrativo, judicial, militar y, por el clero, religioso, que le mantenía en sumisión forzada y le tomaba lo que podía tomar, en hombres (militares), impuestos y beneficio garantizado a los propietarios. Había con eso esta ventaja para el pueblo de las ciudades y de los campos, que pudo conservar sus tradiciones autonómicas y federalistas y que no concibió ese amor a la grandeza del Estado que alimenta el autoritarismo, a excepción siempre de muchos adoctrinados, fanatizados, interesados, que se convirtieron en el personal ejecutor del Estado, esa clase de perros de guardia que existe en todos los países. Había esta otra ventaja, que la gran unidad nacional inspiraba al menos ese sentimiento de sociabilidad que se expresa por federación y asociación y no dejaba echar raíz a las corrientes de la atomización de la vida social y de la relegación de los hombres en pequeñas unidades asociales.

Sobre tales bases aproximadamente, el desarrollo local fue muy diferenciado, a lo que se agregan las diferencias naturales del norte y del sur. Elíseo Reclus dijo que el principio de la federación parecía escrito sobre el mismo suelo de España, donde cada división natural de la comarca ha conservado su perfecta individualidad geográfica. Semejantes condiciones han hecho nacer el federalismo en Suiza. Pero las manos de la Corona de Castilla y de la iglesia católica pesaron sobre todo eso durante los siglos de los espíritus en Europa, y el sentimiento popular no pudo expresarse más que en revueltas locales y por su aversión inquebrantable contra el Estado y todo lo que a él se refería. España no tuvo siglo XVIII liberal ni revolución francesa, y su socialismo, que han esbozado algunos pensadores del siglo XIII al XVIII, es sobrio y realista, superando raramente el colectivismo agrario y muy raramente pudo ser objeto de una propaganda pública. Pero la rebelión agraria estaba siempre en incubación; el pueblo sabía lo que quería. Las ideas sociales de la revolución francesa no aportaban, pues, nada nuevo a España; sus ideas humanitarias fueron en Francia misma relegadas bien pronto por el gubernamentalismo a ultranza, que no decía nada a España, que tenía bastante ella misma. Bien pronto entre los dos países continuó esa guerra de tantos siglos que culminó en la conquista francesa, la cual encontró esa resistencia tenaz y encarnizada del pueblo español que marcó el comienzo del fin del Imperio de Napoleón I (1808).

Cuando las esperanzas de un régimen soportable (la Constitución de 1812) fueron frustradas, el absolutismo fue atacado por la revolución constitucional de 1820, sofocada por el ejército de la fe francés en 1823, que restableció el orden tal como lo comprendía la Santa Alianza de los Reyes. Desde entonces, virtualmente después de la restauración en 1814, hubo lucha contra la monarquía, con algunos intervalos de liberalismo moderado, e incluso República, sobre todo años 1854-56 y de 1868 a 1874.

Esa lucha se hizo igualmente contra, todos los nuevos acaparadores del poder central, militares y políticos, y así fue elaborada la concepción federalista y se convirtió en la palabra de unión popular, la República Federal. Estas ideas, no siempre acompañadas de sentimientos de justicia y de equidad sociales, fueron la concepción política de la parte verdaderamente despierta del pueblo español y su intérprete más reconocido fue Pi y Margall, muy influenciado por las tesis de Proudhon. Como jefe del partido federalista, probablemente Pi y Margall no quiso dividirlo exponiendo sus ideas sociales personales, que habrían sido rechazadas por la parte no socialista del partido. Si Pi y Margall era escéptico respecto a la anarquía, y muy probablemente nunca sobrepasó la idea del Estado – mínimo, conservó hasta el fin el respeto por las aspiraciones del anarquismo.

He ahí el socialismo que correspondía al sentimiento popular del país hasta 1868, cuando las ideas de Bakunin fueron conocidas; y he ahí porqué las corrientes socialistas autoritarias, todas más o menos conocidas por traducción del francés y por algunos adeptos muy activos en España, no crearon nunca verdaderos movimientos en el país.

Fermin Salvechea. Barricada. Cádiz.

Fermin Salvoechea durante los sucesos de diciembre de 1868 en Cádiz.
En 1871 se afiliaría a la Internacional. Inicialmente de ideas republicano-federales,
terminaría decantándose por el anarquismo y el comunismo libertario.

Las asociaciones obreras en Barcelona habían comenzado en 1840 y continuado abierta o clandestinamente hasta la revolución de septiembre de 1868 (cuando entonces, en gran parte, se afiliaron a la Internacional). Para contrarrestar un proyecto de ley contra las asociaciones obreras del 8 de octubre de 1855 se reunieron firmas de protesta. La cifra alcanzada fue de 33,000, de las cuales 22,000 se dieron en Cataluña, 4,540 en Sevilla, 958 en Málaga, 650 en Córdoba, 1,028 en Antequera, 1,280 en Alcoy, 1,100 en Valladolid, 600 en Madrid, etc. Se estima que había unos 80,000 obreros asociados en Cataluña en 1855.

Estas cifras nos muestran el espíritu existente en España antes de la llegada de la Internacional: el federalismo social, la asociación de las asociaciones y la síntesis de asociación y libertad (que no puede ser más que el anarquismo socialista). Se comprende que sobre ese fondo de ideas y de práctica (sobre la lectura de Pi y Margall y Proudhon, la práctica de la asociación, las huelgas y la solidaridad probada en las actividades clandestinas y algunas veces en las luchas armadas), sobre los militantes de esa especie, el socialismo autoritario no tuviera ninguna influencia, mientras que las ideas del anarquismo colectivista, transmitidas por Bakunin y simpatizantes, fueron el complemento lógico y bienvenido de lo que esos militantes sentían ya ellos mismos desde hacía mucho tiempo.

En ninguna parte del mundo se habría encontrado esa predisposición en 1868 como la tuvo España. Lo que la Internacional quiso fundar en 1864, ya existía desde 1855 en España en espíritu y realidad.

La llegada de Fanelli a España

En España las asociaciones de trabajadores no ignoraban la existencia de la Internacional (fundada en Londres en 1864) pero, después de la insurrección política de 1866, las luchas hasta la caída de la monarquía borbónica en septiembre de 1868 se vieron prioritarias y sólo después de esos acontecimientos las asociaciones volvieron a resurgir en pleno, estando a punto de convertirse en dominio de los republicanos federalistas.

Fue durante este periodo de tiempo en el que Paul Lafargue (yerno de Marx) fue nombrado secretario para España del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) en 1866. Sin embargo, tras dos años en el cargo no había dejado ni rastro de su actividad al no conseguir establecer ningún tipo de contacto serio con las organizaciones de trabajadores españoles.

Mientras tanto, Bakunin se hallaba en Italia cuando recibió una invitación de Carlos Marx para adherirse a la Internacional. Este sin embargo prefirió crear un grupo revolucionario secreto, no contra los principios de la AIT, pero sí independiente de ellos. Dadas las dificultades de la época consideraba más seguras y eficaces las agrupaciones secretas formadas por hombres convencidos y de absoluta confianza. En 1868, cuando ya pertenecía a La Internacional, formó La Alianza Internacional de la Democracia Socialista, a raiz de una pequeña fracción desgajada de La Liga de la Paz y la Libertad (asociación internacional compuesta por hombres ilustres de la época como John Stuart Mill, Garibaldi, Víctor Hugo, Louis Blanc, Herzen, etc.). En septiembre de 1868 La Alianza solicitó ingresar en la AIT pero el Consejo General (islote marxista dentro de la Internacional) rechazó en diciembre del mismo año su ingreso, a menos que esta, que había crecido en influencia y fuerza, admitiese afiliarse como simple sección. La Alianza aceptó y se deshizo a principios de 1869, integrándose como sección ginebrina de la Internacional, al mismo tiempo que sus miembros (de distintas nacionalidades) se integraban separadamente en las secciones nacionales ya adheridas. A pesar de todo esto, La Alianza continuó exitiendo como organización secreta.

Foto de Fanelli durante el congreso de 1869 en Batel.

Foto tomada en 1869 durante el IV congreso de la AIT en Basilea (Suiza).
De izquierda a derecha: Monchal, Charles Perron, Mijail Bakunin, Giuseppe Fanelli y Valerian Mroczkovsky.

Ya un poco antes, en noviembre de 1868, llegó a España Giuseppe Fannelli, anarquista y diputado del parlamento italiano (cargo que en realidad no ejercía), quien había sido enviado por Bakunin y el resto de miembros de La Alianza Internacional de la Democracia Socialista. Fannelli dio por supuesto que La Alianza entraría en la AIT tal y como se había propuesto. Por lo tanto, al ignorar su disolución pública, transmitió a sus primeros contactos de Madrid y Barcelona tanto los estatutos de la AIT como los de La Alianza. Este hecho fue fundamental para el posterior desarrollo del movimiento obrero español.

Lo lógico hubiera sido que Fanelli fundara el núcleo de la Internacional en Barcelona, donde el movimiento obrero era realmente importante, y no en Madrid, un pueblo grande sin el poder industrial de Cataluña ni mucho menos su entramado de asociaciones obreras. Si fue en Madrid donde inició su labor se debe, entre otras teorías, a que era el revolucionario fourierista, Fernando Garrido, el único contacto de Bakunin en la Península.

Fannelli disfrutó de una facilidad de movimientos al amparo de la revolución en septiembre de 1868 de La Gloriosa, que derrocó a los Borbones, lo que le permitió la toma de contactos pertinentes que habrían de llevar a la constitución de la sección madrileña de la AIT, el 24 de enero de 1869, con los nombres sobresalientes de Tomás González Morago, Francisco Mora y Anselmo Lorenzo (todos, obreros manuales). Este grupo originario creó el núcleo provisional fundador de la Internacional.

Me hallaba un domingo por la noche con mi amigo Manuel Cano en el café La Luna, y se nos presentó Morago diciéndonos:

– Vengo a buscaros.

– ¿Qué ocurre?

– ¿Tenéis noticias de La Internacional?

Cano dijo que no. Yo si había leído algo y tenia vagas noticias de esa asociación.

– Pues se trata -continuó Morago- de organizar a los trabajadores del mundo para destruir la explotación capitalista.

Cano y yo, aunque jóvenes y dispuestos a admitir fácilmente lo que se presentase con caracteres de nobleza y grandiosidad, retrasamos la contestación favorable. Cuando Morago se hallaba poseído por el entusiasmo y se le contrariaba sentía arrebatos sublimes, y era lastima que tanta elocuencia se derrochara en persuadir a dos convencidos.

– Se trata de asistir a una reunión en que, en unión de otros amigos, seremos presentados a Fanelli, diputado italiano y delegado de la Alianza de la Democracia Socialista, que tiene misión de dejar constituido un núcleo de la sección española de la AIT.

Al día siguiente todos los citados comparecimos al sitio de la cita menos Morago, que debía presentarnos, y esta falta, motivada por el hecho de haberse echado a dormir unas horas antes y no haberse levantado a la hora precisa, como dijo uno de los presentes que venia de casa de aquel, es un rasgo característico de los muchos que ofrecía su modo de ser. Ello no fue obstáculo para que la reunión se celebrara.

En casa de Rubau Donadeu nos reunimos pues con Fannelli.

Era este un hombre como de cuarenta anos, alto, de rostro grave y amable, barba negra y poblada, ojos grandes, negros y expresivos, según los sentimientos que le dominaban. Su voz tenia un timbre metálico y era susceptible de todas las inflexiones apropiadas a lo que expresaba, pasando rápidamente del acento de la cólera y la amenaza contra explotadores y tiranos, para adoptar el del sufrimiento, lástima y consuelo, según hablaba de las penas del explotado, del que sin sufrirlas directamente las comprende o del que por un sentimiento altruista se compldce en presentar un ideal ultrarevolucionario de paz y fraternidad. Lo raro del caso es que no sabia hablar español, y hablando francés, que entendíamos a medias algunos, o en italiano que solo comprendíamos un poco por analogía, quien más quien menos, no solo nos identificábamos con sus pensamientos, sino que merced a su mímica expresiva, llegamos a sentirnos poseídos del mayor entusiasmo. Había que verle y oírle describiendo el estado del trabajador privado de medios de subsistencias! por falta de trabajo a causa del exceso de producción: después de exponer con riqueza de detalles desesperación de la miseria, con rasgos que me recordaban al trágico Rosi, decía ¡Cosa horribile! ¡Espaventosa! y sentíamos escalofríos y estremecimientos de horror…

Tres o cuatro sesiones de propaganda nos dio Fanelli y antes de despedirse de nosotros, quiso que nos retratásemos en grupo, cosa que así se hizo, reuniéndonos todos el día convenido, menos Morago, que tambien tuvo sueño y no pudo recobrar la voluntad de despertarse, a pesar de que todos fuimos a su casa y el mismo Fanelli le invitó a que nos acompañara, por eso en el grupo fotógrafico no figura el retrato y si sólo su nombre.

Anselmo Lorenzo, «El proletariado militante».

Foto de grupo. El proletariado militante.

Foto de Grupo
1: Giuseppe Fanelli. 2: Angel Cenagorta. 3: José Rubau Donadeu. 4: Manuel Cano.
5: Francisco Mora. 6: Marcelino López. 7: Antonio Cerrudo. 8: Enrique Borrel.
9: Anselmo Lorenzo. 10: Nicolás Rodríguez. 11: José Posyol. 12: Julio Rubau Donadeu.
13: José Fernández. 14: José Adsuara. 15: Quintín Rodríguez. 16: Miguel Lángara.
17: Antonio Gimeno. 18: Enrique Simancas. 19: Ángel Mora. 20: José Fernández. 21: Benito Rodríguez.

Posteriormente, el 2 de mayo de 1869, Fannelli fundó en Barcelona la sección de la AIT, con los nombres sobresalientes de Rafael Farga Pellicer, Gaspar Sentiñón, Trinidad Soriano y José García Viñas (predominio de los intelectuales).

Fanelli expuso y defendió, ante sus interlocutores, documentos con los estatutos, principios y programa de ambas organizaciones, así como el «Manifiesto a los trabajadores del mundo«, redactado por Carlos Marx. Sin embargo, no sabemos si por mayor incidencia y calor de Fanelli en la exposición de uno de ellos o por la propia idiosincrasia de sus interlocutores, éstos, tanto en Madrid como en Barcelona, sin rechazar el contenido de ninguno de los textos, que además no incluían contradicciones intrínsecas, quedaron más impresionados y bajo la influencia del programa de La Alianza que, ya antes del primer Congreso de la FRE en abril de 1870, se había constituido como sociedad secreta en España y empezado a funcionar como grupo informal de trabajadores de mayor dedicación, radicalización y convencimiento, en el seno de los estatutos y acuerdos de los Congresos de la AIT.

Estos hombres de los núcleos de Madrid y de Barcelona estuvieron encantados de conocer el colectivismo antiautoritario y el socialismo integral promulgados por Bakunin, que implicaba la liberación intelectual, política y social. Comprendieron también – y estuvo eso ya, sin duda, en sus hábitos de militantes -, los principios de La Alianza. Pero las relaciones entre los hombres de Madrid y Bakunin no se establecieron entonces; solo Morago se puso en relaciones poco seguidas con la sección de La Alianza de Ginebra. En Barcelona, sin embargo, Farga Pellicer y Gaspar Sentiñón llegaron a visitar a Bakunin, acudiendo además como delegados al IV Congreso de la AIT en Basilea en septiembre de 1869. Fue en este Congreso donde la influencia anarquista dentro de la Internacional llegó a su máximo apogeo. Las tesis de Bakunin salieron triunfantes, pero la reacción marxista no se haría esperar. Por entonces, Marx llegó a confiarle a Engels:

«Ese ruso europeo quiere convertirse en dueño de la Internacional. (…) Que tenga cuidado, si no, será excomulgado.»

Fundación de la Federación Regional Española de la AIT

Propuesto por Francisco Mora, la seeción madrileña aceptó en febrero de 1870 acoger el primer Congreso Obrero en España. Pero la Internacional se había difundido rápidamente por todo el país y las secciones de Barcelona y Palma de Mallorca se opusieron, resultando finalmente el Teatro del Circo de Barcelona como sede del Congreso.

Transcurrió un año y medio entre la fundación de los núcleos de Madrid y Barcelona hasta la celebración del Congreso el 19 de junio de 1870. A las diez y media de la mañana inauguró sus sesiones el Primer Congreso Obrero español, con asistencia de un centenar de delegados de Andalucía, Valencia, Aragón, ambas Castillas y gran mayoría de Cataluña, no siendo posible una mayor representación por falta de tiempo, medios y, sobre todo, organización. Los delegados ocupaban las primeras filas de butacas, mientras que el resto de localidades se hallaban atestadas de trabajadores, estando además llenos los pasillos y aún agolpándose la gente a la entrada por la imposibilidad de hallar sitio para todos.

Imagen del congreso fundacional de la FRE de la AIT. 1870.

Teatro del Circo, Barcelona. Junio de 1870.
Primer Congreso de la FRE y Primer Congreso Obrero en España.

Uno de los pasajes del discurso con que Rafael Farga Pellicer inauguró las sesiones del Congreso refleja el progreso galopante del anarquismo dentro de las estructuras fundacionales de la Internacional hispánica:

«El estado es el guardian y defensor de los privilegios que la Iglesia bendice y diviniza y lo único que nos resta a nosotros, pobres vñíctimas dle desorden social presnete es, cuando lo tenemos, el salario, fórmula práctica de nuestra esclavitud. (…) Queremos que cese el imperio del capita, del estado y de la Iglesia, para construir sobre sus ruinas la Anarquía, la libre Federación de libres asociaciones de obreros.»

Pero las primeras palabras de Pellicer fueron para afirmar que cuantos se congregababan allí lo hacían para «reafirmar la grande obra de la Asociación Internacional de los Trabajadores«. Aqui ya podemos ver como el programa de La Alianza Internacional de la Democracia Socialista de Bakunin se había hecho uno y consustancial con el cuerpo orgánico de la naciente Sección Española de la Internacional, la Federación Regional Española (FRE).

En mayo de 1871, Sagasta, presidente del Consejo de Ministros de España, llevó a cabo el primer ataque contra la FRE por lo que parte del Consejo Federal se trasladó a Lisboa. Allí, el contacto de Anselmo Loreno, Morago y Francisco Mora con los obreros portugueses dio lugar al nacimiento de un grupo de La Alianza y otro de la Internacional.

Cuando regresaron se celebró en septiembre de 1871 la conferencia de Valencia, donde Anselmo Loreno fue elegido como delegado para la conferencia de Londres de la Internacional, escenario para un nuevo episodio de lucha entre Marx y Bakunin. Esta conferencia fue ideada y manipulada por el mismo Consejo General de la AIT, la otra «Alianza» (la marxista). Ni Bakunin, ni las secciones simpatizantes de este fueron avisados, por lo que allí se reunió una mayoria marxista que terminó acordando la creación de un Partido Obrero, instrumento de la lucha política de la clase obrera (a pesar de que los estatutos impedían que una conferencia tuviera los efectos decisorios de un congreso). De este modo se inició una guerra de las secciones bakunistas contra el Consejo General.

Igualmente, la conferencia de Londres generó un conflicto interno en el seno de la FRE madrileña que acabó con el repudio de la tentativa de política marxista (con José Mesa a la cabeza) y potenciada por la llegada de Paul Lafargue a España. Estos dos hombres y Engeles, serían los elementos decisivos en la intriga marxista en España. Para Lafargue, el primer escolló a derribar sería La Alianza Internacional de la Democracia Socialista de Madrid, en la que trataron de infiltrarse para controlarla. Al mismo tiempo, el Consejo Federal de la FRE (cuyo secretario era Anselmo Lorenzo, quien ignoraba la trama) empezó a reflejar las manipulaciones del grupo pro-marxista.

Traso la celebración en Zaragoza del II Congreso de la FRE en mayo de 1872, el nuevo Consejo Federal pasó a residir en Valencia y la Internacional hispánica se sumó a las protestas del resto de secciones europeas bakunistas contra la trama de la conferencia de Londres. Finalmente, en junio del mismo año, el grupo pro-marxista es expulsado por la Federación Local de Madrid. Los expulsados constituyeron la Nueva Federación Madrileña, no reconocida por el Consejo Federal de la FRE, pero sí por el de la AIT, en Londres, puentenado de este modo los acuerdos de la sección española. De cualquier modo, avocada al fracaso, esta Nueva Federación se disolvería rápidamente en mayo de 1873.

En septiembre de 1872 se celebró el V Congreso de la AIT en la Haya (Paises Bajos) que, tras una hábil estrategia en el método de validación de las credenciales de los delegados asistentes, se desarrolló el Congreso con una minoria bakunista y una mayoría marxista, lo que supuso la victoria de Marx y la expulsión de Bakunin. Además, el Congreso ratificó la creación del Partido Obrero y el traslado del Consejo General a Nueva York.

Como respuesta, y por iniciativa de la Federación del Jura, las secciones antiautoritarias (incluida la FRE) celebraron en Saint Imier un Congreso donde fundaron lo que se conocería como la Internacional Antiautoritaria.

El 25 de diciembre de 1872 comenzó en Córdoba el III Congreso de la FRE, en el que se aprobó por unanimidad el dictamen de la Comisión contrario al Congreso de la Haya y favorable al de Saint-Imier. Además, también se posicionó favorable a la negativa pronunciada por el Consejo Federal respecto a la adhesión a la FRE de la Nueva Federación Madrileña. A partir de aquí, se produjo lo que se podría denominar como la bifurcación oficial de las dos ramas del socialismo en España: la autoritaria (originaria del partido obrero y una organización obrera llamada UGT) y la libertaria (que adoptaría las tesis del sindicalismo revolucionario y que años después derivaría en la constitución de la CNT).

Durante en llamado «Sexenio Democrático» del reinado de Isabel II, la Federación Regional Española creció a un ritmo espectacular y se convirtió en una de las secciones más numerosas de la AIT. En 1872 constaba con 11.500 afiliados, y en 1873 con más de 40.000.

Proclamación de La Primera República Española

El rey Amadeo I renunció al trono de España debido a las dificultades a las que tuvo que enfrentarse durante su corto reinado (la guerra en Cuba, la Tercera Guerra Carlista y la oposición de los monárquicos alfonsinos, que aspiraban a la restauración borbónica, y las insurrecciones republicanas). Por lo que el 11 de febrero de 1873 fue proclamada La Primera República Española.

La reacción de la Regional Española no se hizo esperar y a los pocos días emitió el siguiente manifiesto:

Circular de la FRE con motivo de la proclamación de la I República Española:

Un cambio inesperado en la politíca de la clase media ha producido una transformación en el nombre de la organización burguesa a consecuencia del estado ruinoso de la Hacienda y de la guerra civil, fomentada por los fanáticos partidarios de la Inquisición y del rey absoluto, instituciones criminales y absurdas que no deben ni pueden volver.

El resultado de este cambio en la política burguesa, que si bien afecta mucho en la forma, es de casi ningun resultado en el fondo de la presente organización autoritaria y centralizadora, ha sido la caída de Amadeo y la proclamación de la República por los mismos monárquicos que un día antes ensalzaban las bondades de la monarquía.

Nosotros hemos visto con satisfacción el cambio mencionado, no por las garantías que pueda dar a la clase obrera, siempre esquilmada y escarnecida en todas las organizaciones burguesas, pero sí porque la República es el ultimo baluarte de la burguesía, la última trinchera de los explotadores del fruto de nuestro trabajo, y un desengaño completo para todos aquellos de nuestros hermanos que todo lo han esperado y lo esperan de los gobiernos, no comprendiendo que su emancipación política, religiosa y económica debe ser obro de los trabajadores mismos.

Nadie más que nosotros, los trabajadores, los eternos soldados del progreso, los que en todos los tiempos han derramado su sangre para la conquista de los derechos políticos, somos los decididos defensores de leí libertad, del progreso y de la regeneración de los esclavos, porque necesitamos ser libres y regeneramos.

Por eso creemos que el deber de cada uno y de todos los trabajadores consiste en marchar siempre adelante, sin detenerse en el camino de la revolución, y pasando por encima de todos los obstáculos que nos opongan los individuos que en los más supremos instantes de la vida de los pueblos, en las grandes crisis de la organización social presente, sólo pronuncian la palabra «orden», que en su boca no significa otra cosa que la continuación del agiotaje inmoral, cansa de la esclavilud, de la miseria y de la ignorancia que pesa sobre la clase obrera.

Prevenidos debemos estar contra todos aquellos, llámense republicanos o socialistas, que no deseando la transformación completa y radical de la sociedad presente, procuran retardar el advenimiento de la justicia, adormeciendo con paliativos a la clase trabajadora para que no continúe con vigor y energía en su marcha revolucionaria.

No pretende ni quiere esta Comisión federal imponer ni sus opiniones, ni trazar la linea de conducta que conviene seguir a los que representan la soberanía de la federación regional española, a los que la han encargado los trabajos de correspondencia y estadística.

Nosotros, amantes de la libertad completa del individuo y de la autonomía de todas las federaciones y secciones, ni queremos ser los directores ni los instigadores de nuestros hermanos los obreros, porque la grande obra de la emancipación del asalariado no puede ser dirigida ni ejecutada por nadie más que por la acción espontánea de los trabajadores mismos, después de conseguida por medio de la identidad de intereses, la unidad de la acción necesaria e indispensable para librarnos de la esclavitud política, religiosa y económica que sobre nosotros pesa.

Considerando, pues, que la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos, durante este período de libertad relativa para ejercer los derechos naturales de asociación y reunión, creemos que son de suma importancia las continuas Asambleas de trabajadores de todos los oficios para discutir la linea de conducta que conviene observar en las presentes circunstancias y durante las inevitables crisis políticas y sociales que se presenten.

Hoy más qne nunca es, a nuestro juicio, necesaria la propaganda y la organización revolucionaria proclamada por la Asociación Internacional de los Trabajadores y una continua correspondencia para el cambio de opiniones sobre las facciones locales, si queremos cooperar eficazmente al triunfo de la gran revolución social que, levantando el trabajo a la altura que se merece, termine para siempre la infame explotación del hombre por el hombre y pueda recibir cada uno el producto integro de su trabajo.

Creemos que es de gran necesidad la práctica en toda su pureza de la organización libre y eminentemente federativa, adoptada por el Congreso de Córdoba, para ponernos en condiciones de obtener, por lo pronto, una rebaja en las horas de trabajo, y después reivindicar la autonomía de los grupos naturales, de los municipios, de las comunas libres, para hacer la revolución social independiente de todo poder autoritario y contra todos los poderes autoritarios, haciendo como consecuencia lógica la liquidación social y completa de las instituciones de la presente sociedad, y continuando después de ella la agitación revolucionaria para alcanzar el ilimitado objeto de bienestar y felicidad de todos los humanos.

La base principal de la revolución que anhelamos, creemos consiste en la completa descentralización o, mejor dicho, en la destrucción total de todos los poderes autoritarios, eternos enemigos del progreso, de la libertad y de la justicia.

Creemos que ha sonado la hora de todos los internacionales de hacer un supremo esfuerzo, siendo incansables v activos en la propaganda para lograr que todos los obreros hasta hoy indiferentes vengan a constituir nuevas secciones y aumenten las constituidas, porque de este modo cada día seremos más numerosos y mas potentes, como también invencibles.

Si queremos la transformación de la propiedad individual de la tierra y de los grandes instrumentos del trabajo en propiedad colectiva, la enseñanza integral y la destrucción de todos los privilegios y monopolios, es preciso estar convencidos de que todo lo merecemos, que todo nos lo hemos de conquistar, porque todo es nuestro y nada se nos dará si no lo arrancamos de los que injustamente lo poseen.

Es preciso ir adelante hasta el triunfo del anarquismo y del colectivismo, o sea la destrucción de todos los poderes autoritarios y de los monopolios de clase, en dónde NO HABRÁ NI PAPAS, NI REYES, NI BURGUESES, NI CURAS, NI MILITARES, NI ABOGADOS, NI JUECES, NI ESCRIBANOS, NI POLÍTICOS; pero sí una libre federación universal de libres asociaciones agrícolas e industriales.

Esto sólo lo conseguiremos por medio de la solidaridad en la acción revolucionaria de todos los trabajadores del mundo y ella será un hecho si somos capaces e incansables a la propaganda de las ideas radicales y revolucionarias y en la organización de las poderosas fuerzas de los hijos del trabajo.

Alcoy, 24 de febrero de 1873.

LA COMISIÓN FEDERAL

La República, que sufría la Tercera Guerra Carlista que había comenzado en 1872, llevó a cabo una intensa campaña de llamada a quintas. La FRE, inmersa en la lucha antimilitarista, sería acusada por parte de los republicanos de reaccionaria por boicotear el servicio militar. A esto, la Internacional hispánica respondió proponiendo lo que se después se conocería como el pueblo en armas:

«No somos carlistas, ni alfonsinos, ni vendidos al oro de la reacción. Somos obreros revolucionarios que no sólo odiamos las tiranías políticas, sino también las económicas. Para combatir a carlistas y alfonsinos y a todos los reaccionarios, todos juntos podemos más que todas las organizaciones en que los hombres van a combatir como manso rebaño de corderos.»

Pero por entonces, el Consejo Federal entendía que su finalidad consistía en hacer crecer la Federación en secciones y en miembros ante todo. En la primavera de 1873 se pensaba que, si ese progreso continuaba como el dado entre 1872 y 1873, en dos años se estaría en condiciones de una verdadera acción.

Desde este punto de vista, no se quería que huelgas numerosas gastaran las fuerzas y tuvieran, quizás por consecuencia, desilusiones y desorganizaciones locales. De igual modo, se deseaba que la Internacional quedase fuera de las luchas agudas que el federalismo acentuado, el cantonalismo, desencadenó hacia el verano de 1873. Pero eso no fue posible y muchos movimientos sociales locales, especialmente en Alcoy, donde residiía el Consejo Federal, y en San Lucar de Barrameda, a donde había ido Morago, arrastraban a los internacionales.

La Revolución del Petroleo: los sucesos de Alcoy

Dentro del marco de insurrección cantonalista que se estaba dando en gran parte del pais, el 7 de julio de 1873 en Alcoy, importante centro textil, comenzó una insurrección de carácter internacionalista que duró varios días y que posteriormente sería conocida como la revolución del petroleo. Estos sucesos supusieron la rotura de acción entre republicanos y anarquistas.

El conflcito se venía fraguando desde el año anterior, cuando las huelgas de carpinteros y de herreros atrajeron a más de tres mil obreros a las sociedades obreras de la FRE de la comarca. Frente a ellas, en enero de 1873, se creó, con el apoyo de la patronal, un Círculo Católico de Obreros.

El 7 de julio de 1873 los trabajadores de Alcoy, convocados por la Comisión Federal de la FRE (que se había trasladado a Alcoy en enero de 1873 a raíz del Congreso de Córdoba), se reunieron en asamblea en la plaza de Toros para reivindicar la reducción de jornada a ocho horas de trabajo y el aumento del salario de cuatro a seis reales por día.

Ante la negativa de la patronal, se convocó para el día siguiente una huelga general que inicialmente contó con la neutralidad del alcalde (republicano federal) Agustín Albors Blanes. Sobornado por la patronal con 60.000 pesetas, Albors pidó al Gobierno Civil de Alicante el envío a la ciudad de una columna militar, al tiempo que publicó un bando antiobrero.

El 9 de julio una comisión obrera, formada por Vicente Fombuena, Tomás Montava, Severiano Albarracín, Juan Chinchilla y Rafael Abad Seguí, se entrevistó con el alcalde con la intención de que el Ayuntamiento dimitiera y que los obreros se hicieran cargo del gobierno municipal. Albores respondió ordenando una descarga contra los más de dos mil obreros que se encontraban congregados en la plaza central de la ciudad y que se cobró la vida de dos internacionalistas, además de dejar 20 heridos. Durante las horas siguientes, hubo otros cuatro muertos y 20 heridos.

Los sucesos de Alcoy. AIT.

Las casas vecinas al ayuntamiento, donde se habían refugiado las autoridades,
y algunas fábricas fueron incendiadas (de ahí el nombre que recibiría la insurrección).

Los intentos de mediación resultaron infructuosos hasta que la fuerza pública y algunos patrones agotaron la munición. Después de 20 horas de combates, la Guardia Civil se rinde y entonces la multitud penetró en el ayuntamiento. Albors murió de un disparo y cuatro guardias y dos patrones fueron heridos. El pueblo eligió un Comité de Salvación Pública, presidido por Severiano Albarracín, que gobernó Alcoy durante tres días y que detuvo 42 fabricantes que habían disparado contra la multitud, liberándolos tres días después.

El 12 de julio circuló la noticia de que una columna militar comandada por el general Velarde se acercaba a Alcoy; ese mismo día llegaron a la ciudad el gobernador de Alicante Josep Maria Morlius y una comisión madrileña presidida por el diputado Cervera. Durante la noche del 12 de julio, los cabecillas de la insurrección abandonaron la ciudad.


El cantonalismo fue un movimiento insurreccional federalista de carácter radical con el objetivo de establecer ciudades o confederaciones de ciudades (cantones) independientes que se federarían libremente. Fue eminentemente un fenómeno de la pequeña burguesía, aunque tuvo una gran influencia en el movimiento obrero, constituyendo un precedente para el anarquismo en España.

Escudo del Cantón federal de Valencia.

Todo parecía que se había calmado después de que se hicera cargo del gobierno municipal una comisión mixta de obreros y patrones y de que los obreros armados se hubieran entregado sin resistencia bajo la promesa de una amnistía. Pero se desató una campaña de prensa, a la que no era ajeno el ministro de Estado Eleuterio Maisonave, que habló de caos, asesinatos y violaciones.

Poco a poco la normalidad se impuso con los bandos de los días 21 y 23 de julio del nuevo alcalde, Tomás Maestre. La patronal, sin embargo, clamaba venganza y el 13 de septiembre, ya con Castelar en el Gobierno, se nombró un juez especial y un comandante militar. La ciudad fue tomada por el ejército y dos días después 129 trabajadores fueron detenidos y llevados al castillo de Alicante, donde cuatro años más tarde continuarían encerrados sin haber sido juzgados. En 1878 aún había 93 presos y 80 habían sido liberados bajo fianza, uno de los detenidos salió 10 años después de los hechos. En total unos 700 obreros fueron juzgados, incluso menores entre 12 y 17 años.

Tras los sucesos de Alcoy y de Sanlúcar de Barrameda, el 11 de enero de 1874, la Internacional fue declarada ilegal por el gobierno de la República Española. La organización pasó entonces a la clandestinidad y sus periódicos desaparecieron o se volvieron anodinos. Aun así, en Junio de 1874 pudo celebrarse el IV Congreso de la FRE, en Madrid, al que lograron acudir 48 federaciones locales. En aquellos momentos la FRE estaba compuesta por 190 federaciones locales y 349 secciones (sindicatos), estando en constitución otras 135 feraciones locales y 183 secciones más. El número total de afiliados rondaba los 70.000.

Al mismo tiempo, los hombres de Lafargue y de Engels se disolvieron a esperar mejores tiempos. En 1878 fundarían el Partido Socialista Obrero Español (PSOE).

Los movimientos cantonalistas fueron determinantes para poner fin al experimento republicano. El 29 de diciembre de 1874, cayó la Primera República tras el pronunciamiento del general Martínez Campos, dando comienzo a la Restauración borbónica en España, ideada por Cánovas del Castillo. El hijo de Isabel II, Alfonso XII, fue colocado en el trono siendo elegido Mateo Sagasta como Presidente del Consejo de Ministros.

El final de la FRE

Las circunstancias excepcionales en que se hallaba el proletariado español, a consecuencia de la reacción dominante por la Restauración, hicieron imposible el funcionamiento de la FRE tal y como quedó reformada por el Congreso de 1874.

Tras el VI Congreso celebrado en Filadelfia (EEUU) en 1975, la Asociación Internacional de los Trabajadores, desgastada y prácticamente inoperativa desde la escisión en la Haya, se disolvió oficialmente en julio de 1876. Paralelamente, la Internacional Antiautoritaria de Saint Imier duró hasta 1877, cuando luego del Congreso de Gante dejó prácticamente de existir.

En definitiva, las esperanzas iniciales de agrupar el mundo obrero por millones contra el Capital, no se habían realizado. La elaboración en común de las ideas sociales alcanzó límites en el congreso de 1869, pero desde ese momento la ruptura teórica trajo también la ruptura personal de las corrientes autoritaria y libertaria.

Ante el pueblo, en todos los países, la obra ideológica de la Internacional contaba sin duda poco, y los progresos en afiliación dependían para esa asociación sobre todo de su prestigio del momento. Porque llenaba a la vez el papel de partido socialista, de sindicato para la lucha cotidiana y de gran fuerza revolucionaria potencial, y de ahí, para algunos, también de fuerza reconstructiva, hasta ver en ella ya una parte misma de la sociedad del porvenir.

Pero el pueblo no iba tan lejos. Fue contento y deslumbrado cuando vio los primeros testimonios de solidaridad de país a país, huelgas tenaces sostenidas por algunas sumas llegadas de otros países, los hijos de los huelguistas cobijados en otras partes, obreros extranjeros importados en ocasión de huelgas a quienes se les persuadía a volver a su lugar por los internacionalistas, etcétera. Hubo grandes masacres en Francia y en Bélgica y la entrada en masa de los trabajadores locales en la Internacional. Pero hubo también situaciones en que los trabajadores provocados por el Capital y los que protejen al Capital, habrían querido rebelarse y la Internacional les aconsejó esperar. Hubo huelgas sin desenlace posible y algunas veces demasiado numerosas, que la Internacional no podía ni sostener financieramente ni llevar a buen fin; entonces perdió en prestigio y en miembros. Las secciones eran sindicatos débiles en miembros o temporalmente numerosos, ambientes muy diversos, por tanto, activos o lánguidos, lo que dependía de la calidad de los militantes, del esfuerzo de los centros de propaganda, de la situación y de las cuestiones agitadas. Las secciones no fueron numerosas más que en España, pero únicamente en Cataluña y en Andalucía, en el resto del país eran raleadas y pequeñas.

Con la clandestinidad sobrevino una dislocación de la FRE por las persecuciones, pero La Alianza volvió a tomar los hilos y desde 1875 las conferencias comarcales celebradas todos los veranos reemplazaron a los congresos. Desde entonces el Consejo Federal pasó a residir en Barcelona. En febrero de 1875 aparecieron algunas hojas clandestinas a los obreros, que expresaron la voluntad de no tratar con indiferencia absoluta un cambio político y de quitar todo el poder posible al nuevo régimen.

En 1877 parecía inminente un movimiento republicano en el que la Internacional habría tomado parte, pero tal vez por esa razón el movimiento no estalló y los republicanos quedaron desde entonces en el terreno parlamentario. La Internacional desde 1878 estuvo frente al problema agrario en Andalucía, donde en 1878 y 1879 hubo incendios en los campos y el nombre de La Mano negra fue puesto ya en circulación.

Es de obligada mención el 25 de septiembre de 1878, día en el que el rey Alfonso XII regresaba a Madrid de su gira por el norte, a caballo y al frente de su Estado Mayor. A la altura del nº 93 de la calle Mayor, entre la multitud que le aclamaba, un joven tonelero catalán, llamado Joan Oliva, sacó un pistola y disparó dos veces contra el monarca. Sin embargo, ninguna de las dos balas se aproximaron a su objetivo. Joan Oliva, que tenía 24 años y era un anarquista afiliado a la Internacional, fue detenido y sentenciado el 4 de enero de 1879.

Imagen del atentado de Joan Oliva contra el rey Alfonso XII.

Atentado de Juan Oliva contra el rey Alfonso XII.
La acción, aunque fallida, abriría la veda en España para los magnicidios a manos de anarquistas.

Mientras tanto, por medio de las excasas publicaciones y folletos de la época, uno se puede dar cuenta de las ideas de la organización, que fueron las de un anarquismo colectivista rígido, el cual impondría una revolución que procedería por medidas que se pueden describir como muy precisas.

Debido a diversos malentendios y serias disputas provocadas por los personalismos dentro de la Federación Regional, Anselmo Loreno, Secretario del Consejo Federal, fue expulsado de la FRE en una conferencia extraordinaria celebrada en Barcelona en Febrero de 1881. Fue en esta misma Conferencia donde se pudo dar por muerta a la Federación Regional Española.

Tras la ley de Asociaciones de 1881, aprobada por el «gobierno liberal» de Sagasta (quien anteriormente había calificado la Internacional como la «utopía filosofal del crimen»), la FRE salió de la clandestinidad y se transformaría en la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE) el 23 de septiembre del mismo año. Aún así, hubo graves disidencias sobre el retorno de la Internacional a la vida pública o la continuidad en la clandestinidad revolucionaria. Los gérmenes de descontento sobre el abandono de la organización clandestina parecían haber entrado en la FTRE desde sus comienzos y el problema andaluz se incubaba en ella como otro factor de disensión.

El sindicato que te protege